“TE PROTEJO COMO A LA NIÑA DE MIS OJOS” 

“No temas, hijo mío: Yo te protejo como a la niña de mis ojos” (Palabra interior).

Sin duda son muchos los peligros que amenazan al hombre en esta vida, tanto desde dentro como desde fuera. En realidad, en ningún sitio está realmente a salvo, por mucho que se esfuerce en adquirir todo tipo de seguridades. Tampoco un optimismo meramente humano es capaz de afrontar la incertidumbre de esta vida terrenal. En todas partes pueden sobrevenirle circunstancias con las que no había contado y para las cuales no está preparado. Por eso Jesús nos dice en el Evangelio: “En el mundo tendréis sufrimientos”, y luego añade: “Pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

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El Reino de Cristo

Lc 23,35b-43

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas y decían: “Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Elegido.” También los soldados se burlaban de él; se acercaban, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!” Había encima de él una inscripción: “Éste es el rey de los judíos.”

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LA DIGNIDAD DE LOS HIJOS DE DIOS

“¡Elevaos todos a esta dignidad de hijos de Dios! ¡Sabed apreciar vuestra grandeza, y yo seré más que nunca vuestro Padre, el más amoroso y misericordioso de los padres!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Aquí nuestro Padre aborda una cuestión sumamente esencial para la vida de los hombres. ¿En qué consiste la grandeza y la dignidad del hombre? Incluso los discípulos del Señor discutían entre sí sobre quién de ellos era el más grande (Lc 22,24). En respuesta, Jesús les enseñó que la verdadera grandeza consiste en servir (v. 26).

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Los dos testigos

Ap 11,3-12

Me fue dicho a mí, Juan: “Haré que mis dos testigos profeticen, durante mil doscientos sesenta días, cubiertos de sayal.” Ellos son los dos olivos y los dos candelabros que están ante el Señor de la tierra. Si alguien pretendiera hacerles mal, saldría fuego de su boca y devoraría a sus enemigos; si alguien pretendiera hacerles mal, tendría que morir de ese modo.

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“LES ENVIÉ A MI HIJO”

“Les envié a mi Hijo, adornado con toda la perfección divina, siendo el Hijo de un Dios perfecto. Fue Él quien vino a trazarles el camino a la perfección. A través de Él os adopté en mi amor infinito como verdaderos hijos.” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Ser verdaderos hijos de Dios… Ya no hay límites por parte de nuestro Padre. El hombre ya no es considerado sólo como una criatura suya, sino que, gracias a la Redención que el Hijo de Dios nos alcanzó, se convierte en hijo y coheredero con Cristo (Rom 8,17).

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EL CAMINO REGIO 

“Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16b).

Ya sea que se exprese en la contemplación, en la meditación o en las obras, el camino regio es el amor. Si permanecemos en el amor, el Padre permanece en nosotros. Y este camino podemos recorrerlo en todo momento y en cualquier circunstancia: siempre podemos intentar optar por el mayor amor.

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Digno es el Cordero

Ap 5,1-10

 Yo, Juan, vi que el que estaba sentado en el trono sujetaba con su mano derecha un libro, escrito por el anverso y el reverso, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que proclamaba con voz potente: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” Pero nadie era capaz -ni en el cielo ni en la tierra ni bajo tierra- de abrir el libro ni de leerlo.

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Santa reverencia

Ap 4,1-11

Yo, Juan, miré y vi una puerta abierta en el cielo, y aquella voz que me había hablado antes, parecida al sonido de una trompeta, me decía: “Sube acá, que te voy a enseñar lo que ha de suceder después.” Al instante caí en éxtasis. Vi entonces un trono erigido en el cielo, y a Uno sentado en el trono. El que estaba sentado tenía el aspecto del jaspe y la cornalina.

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