EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 8: “El Nacimiento de Jesús en nuestro corazón”

Al reflexionar sobre el Adviento, se puede hablar de tres venidas del Señor:

1) Su venida histórica, cuando nació en Belén;

2) Su nacimiento en nuestro corazón;

3) Su venida gloriosa al Final de los Tiempos.

En esta segunda semana de Adviento, reflexionaremos sobre la segunda de ellas: la presencia de Jesús en nuestro corazón. En efecto, es fundamental que Él habite también en nuestro corazón, ya que es así como tiene lugar nuestra transformación interior. Dejar entrar a Jesús en nuestro corazón significa darle alojamiento, dar cabida al amor de Dios en nuestra alma.

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 EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 7: “El Nacimiento del Señor está cerca”

«Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban sometidos a ella y para que recibiéramos la condición de hijos» (Gal 4,4-5).

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a la Virgen María en Nazaret, y esta fue una hora decisiva en la historia de la salvación. En su amor, Dios escogió de entre su pueblo a la persona a la que confiaría a su propio Hijo. Era una mujer que, como sabemos con toda certeza gracias al dogma de la Iglesia Católica, fue preservada por Dios del pecado original.

Mientras que Eva había caído en la seducción de la desobediencia, María depositó toda su confianza en Dios y le dio una respuesta de amor, desatando así plenamente la obra de Dios en favor de la humanidad. Al decir «sí» a la voluntad de Dios, María se convertía en madre del Hijo de Dios.

«El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y a dar a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, le llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. (…) El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y le llamarán Hijo de Dios’» (Lc 1,30-33.35).

Permitamos que este acontecimiento se asiente profundamente en nuestro interior: Dios incluye a una persona en su plan de salvación hasta el punto de convertirla en Madre de su Hijo, que había de nacer en Belén. ¡Cuánta gracia y cercanía nos otorga el Señor! ¡Y cuán maravillosa es la respuesta de María, a quien Dios convertirá también en verdadera Madre de todos los creyentes!

Ahora, con María y Jesús encomendados al cuidado de san José, estamos ya muy cerca de Belén. Solo resta el tiempo que necesita un niño para crecer en el vientre materno hasta estar preparado para nacer.

La Sagrada Escritura también nos relata que, después de haber concebido en su seno al Hijo de Dios, María se dirigió donde su prima Isabel, quien, a su vez, llevaba en su seno al Precursor, Juan el Bautista (cf. Lc 1,39-56). Llena de gozo y del Espíritu Santo, Isabel exclama:

«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno. ¿De dónde a mí que venga a visitarme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (v. 42-45).

Y María responde gozosa:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador. Porque ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora me felicitarán todas las generaciones. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo» (v. 46-49).

Poco tiempo después, María y José se ponen en camino hacia Belén. Escuchemos las palabras del evangelio de San Lucas que nos resultan tan familiares:

«Por aquel entonces se publicó un edicto de César Augusto, por el que se ordenaba que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. Todos fueron a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José subió desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta» (Lc 2,1-5)

Ahora que el Nacimiento del Señor es inminente, cerramos esta primera semana de Adviento para volver a profundizar en este acontecimiento cuando estemos ya a las puertas de la Navidad, cuando la Sagrada Familia se encuentra ya en Belén y en busca de un albergue.

Antes de llegar a ese punto, nos concentraremos durante la próxima semana en el tema: «El nacimiento del Señor en nuestro corazón».

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Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/necesitamos-buenos-pastores-y-obreros-2/

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EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 6: “Belén a la luz de las profecías”

Dios mantiene vivo el anhelo de salvación en su Pueblo.

La tragedia al experimentar el propio pecado, las deficiencias de la vida, el anhelo de plenitud, el anhelo de una vida tal y como Dios la dispuso para nosotros; en definitiva, el anhelo de Dios mismo… Frente a todo esto, los profetas vienen a recordarnos: ¡Aquel que salvará a Israel y a los pueblos vendrá!

«Pero tú, Belén Efratá, la menor entre los clanes de Judá, de ti sacaré al que ha de ser el gobernador de Israel; sus orígenes son antiguos, desde tiempos remotos. Por eso, él los abandonará hasta el momento en que la parturienta dé a luz y el resto de sus hermanos vuelva con los hijos de Israel. Pastoreará firme  con la fuerza de Yahvé, con la majestad del nombre de Yahvé su Dios. Vivirán bien, porque entonces él crecerá hasta los confines de la tierra. Él será la paz» (Mi 5,1-4a).

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EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 5: “Jueces, reyes y profetas”

Todo sería tan sencillo si los hombres se sometiesen al amoroso dominio del Señor, se dejaran llenar por su Espíritu y, en esta relación de amor con Dios y unos con otros, llevaran una vida plena y santa.

¿Es solo un sueño? ¿Es simplemente un deseo que habita en nuestra fantasía porque queremos evadirnos de una realidad que a menudo se muestra tan distinta? ¿Es una mera utopía?

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EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 4: “Abrahán e Israel”

El amor de Dios encuentra a aquellos que no le cierran su corazón. No todos le han dado la espalda; no todos viven indiferentes mientras transcurre su vida terrena; no todos permanecen sumidos en el letargo ni mantienen sus oídos cerrados al llamado de Dios. ¡También hay quienes le son fieles!

Después de Noé, Dios encontró a Abraham, el padre de los creyentes (cf. Rom 4,1-3), y le dijo:

«Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gen 12,1-3).

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EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 3: “Dios busca al hombre”

«Adán, ¿dónde estás?» (Gen 3,9).

El Corazón de Dios busca al hombre que, tras haber caído en la seducción de los poderes de las tinieblas, le dio la espalda.

Como nos hace entender Jesús en la parábola del hijo pródigo, Dios siempre está a la espera, aguardando nuestro retorno.

El hombre deambula por este mundo sin saber de dónde viene ni a dónde va. Ya no conoce a Dios tal y como es en verdad. Con cada nuevo descarrilamiento, se desvanece más el recuerdo de aquel trato confiado con Dios, el recuerdo de su verdadero hogar: el Paraíso.

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EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 2: “Dios nos ama desde toda la eternidad”

El primer paso en nuestro camino de Adviento consiste en asimilar profundamente el concepto de la bondadosa Providencia de Dios, ya que éste nos permite comprender que fue el amor de Dios el que nos llamó a la existencia y nos bendice constantemente con su presencia. No somos un producto casual ni un capricho de la naturaleza, que va y viene hasta disolverse en la nada. ¡No! Dios nos ha creado para que vivamos en comunión con Él y para hacernos partícipes de su plenitud (cf. Ef 1,4-6). El Señor nos dice:

“Te llamé por tu nombre, y eres mío” (Is 43,1).

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San Cuthbert Mayne: Mártir del catolicismo en la Inglaterra anglicana

Una gran tribulación sobrevino a los fieles de Inglaterra y Gales cuando el rey Enrique VIII se separó de la autoridad de Roma en 1531 y fundó la así llamada «Iglesia de Inglaterra». La situación empeoró aún más bajo el gobierno de Isabel I. Los católicos eran tratados y perseguidos como enemigos del Estado. Ya no quedaban obispos católicos, por lo que no era posible ordenar sacerdotes católicos. La Iglesia Católica, que había tenido una posición destacada en Inglaterra, parecía a punto de extinguirse.

Pero Dios no permitió que esto sucediera.

Un sacerdote que había tenido que huir de Inglaterra, William Allen, logró fundar un seminario en Douai (Francia) para formar sacerdotes que, una vez ordenados, fueran enviados como misioneros a Inglaterra. Las vocaciones debían ser firmes, ya que en su tierra de origen les esperarían la persecución y la muerte. El propio William Allen escribió varios libros en defensa de la verdadera fe.

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San Esteban el joven: Víctima del iconoclasmo

Antes de entrar en la historia del santo de hoy, ¿qué es el iconoclasmo?

A raíz del Concilio de Calcedonia, surgió una controversia en la Iglesia de Oriente acerca de si era admisible representar a Cristo en íconos. Influenciados por la doctrina islámica de la inaccesibilidad de Dios, los detractores de las imágenes argumentaban que, al ser Cristo verdadero Dios, no podía ser representado, y consideraban que un ícono ponía demasiado énfasis en su humanidad. Los defensores de las imágenes, por el contrario, afirmaban que el Espíritu de Dios impregnaba las representaciones visibles del Dios invisible. En el año 726, el emperador León III prohibió las imágenes y ordenó su destrucción en todas las iglesias y monasterios.

Los «iconoclastas», es decir, los detractores de las imágenes, se basaban en la prohibición del Antiguo Testamento de hacer representaciones de Dios. Esta disputa, que se libró con ferocidad durante casi un siglo, finalizó cuando la Iglesia definió de forma vinculante que se podían venerar los íconos de Cristo y de los santos.

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