Animar y corregir

Rom 15,14-21

Hermanos míos, estoy convencido de que también vosotros estáis llenos de buenas disposiciones, henchidos de todo conocimiento y capacitados también para amonestaros unos a otros. Sin embargo, en algunos pasajes de esta carta os he escrito con cierto atrevimiento, para reavivar vuestra memoria. Pero lo he hecho en virtud de la misión que Dios me ha confiado: ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para hacer de los gentiles una ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo. Tengo motivos, pues, para sentirme orgulloso ante Dios en nombre de Cristo Jesús. Pues no me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mí para conseguir que los gentiles reconozcan a Dios. Y lo ha realizado de palabra y de obra, con el concurso de señales y prodigios y de la fuerza del Espíritu de Dios. De tal forma que, desde Jerusalén y por todas partes hasta la Iliria, he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo; teniendo cuidado, sin embargo, de predicar el Evangelio donde aún no era conocido el nombre de Cristo, para no construir sobre los cimientos puestos por otro, sino conforme está escrito: ‘Los que no han recibido anuncio de él lo verán; y los que no oyeron lo comprenderán’.

leer más

Beata Cristina de Stommeln: Una aliada en la lucha contra el demonio

Antes de adentrarnos en la vida de esta beata, incluimos una nota introductoria sobre las beguinas, la asociación a la que pertenecía, que experimentó su auge en los siglos XIII y XIV. Eran mujeres piadosas, solteras o viudas, que vivían juntas y cultivaban la vida espiritual. A diferencia de las órdenes religiosas, las beguinas conservaban sus posesiones y solo hacían promesas de obediencia temporales, que renovaban cada año. Por tanto, estas mujeres podían volver al mundo. Elegían una «maestra» que se encargaba de dirigir la casa durante uno o dos años. A pesar de las abundantes posesiones que algunas de ellas aportaban a la comunidad, trabajaban con sus propias manos para ganarse la vida y vivían en sencillez y pobreza. Partiendo de Flandes (Bélgica), las casas de las beguinas se extendieron por Europa Occidental, aunque también había «beguinas itinerantes». Algunas casas adoptaban la regla de la Tercera Orden de San Francisco o de Santo Domingo.

Los conflictos con el clero se intensificaron, ya que muchos no comprendían el estilo de vida de las beguinas. Las tensiones llegaron hasta Roma, donde los obispos alemanes lograron que se condenara a las beguinas. Posteriormente, incluso fueron perseguidas y prohibidas. En la actualidad, quedan unas pocas casas de beguinas en Flandes.

leer más

Ama y haz lo que quieras

Rom 13,8-10

Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de ‘No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás’, y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud.

San Agustín nos dejó como legado esta maravillosa frase: “Ama y haz lo que quieras.” Efectivamente, cuando amamos, hemos comprendido lo esencial de nuestra vida. Cuando amamos, correspondemos a la razón más profunda de nuestra existencia, que es la de ser amados por Dios. El amor al prójimo es la aplicación concreta de este amor; es el efecto del ser amados por Dios. ¿Quién podría cerrar su corazón frente al hermano, sabiéndose infinitamente amado? Si realmente amamos –que, vale aclarar, no es lo mismo que desear–, entonces será el amor el que nos diga qué es lo que tenemos que hacer. En este sentido podemos entender la frase de San Agustín.

leer más

Beato Enrique de Zwiefalten: Un santo desconocido

Hoy, 4 de noviembre, se conmemora a San Carlos Borromeo, gran obispo y reformador de la Iglesia. Con justa razón, la liturgia alaba a Dios por el testimonio de este siervo suyo. Sin embargo, me parece importante dar a conocer a ciertos santos que han caído en el olvido, para regocijarnos en ellos y dar gracias al Señor por su vida. También cabe esperar que ellos se alegren cuando los recordamos.

Uno de estos santos un tanto olvidados es el beato Enrique de Zwiefalten, cuya tumba no se sabe dónde está y en cuyo honor no se ha erigido un altar o capilla, o si los hay, son muy desconocidos. Sin embargo, está grabado en la memoria de Dios y también las antiguas crónicas cuentan su historia, que es muy conmovedora.

El beato Enrique nació en el castillo de Zwiefalten alrededor del año 1200. Tenía grandes dotes naturales, sus padres eran ricos y creció mimado por todos. Sin embargo, esto no le hizo bien y comenzó a disfrutar de una «dulce vida» llena de fiestas, bailes y vino, para preocupación de sus padres, que veían cómo su hijo empezaba a despilfarrar sus abundantes talentos. ¡Pero esta vida indigna lo había cautivado! Descuidó sus estudios y se dedicó a los placeres, que se volvieron cada vez más extravagantes, convirtiendo el castillo en un lugar de encuentro y centro de todo tipo de actividades que, sin duda, desagradaban sobremanera al Señor.

leer más

Santa Ida de Toggenburg: De una vida en palacio a la reclusión en el bosque

Al revisar en el santoral los santos que se celebran el 3 de noviembre, me conmovió particularmente la historia de santa Ida de Toggenburg, una ermitaña del siglo XIII.

Su piadoso padre, el conde Hartmann, la dio en matrimonio al conde Enrique de Toggenburg cuando ella tenía 17 años. Ida se mudó con su esposo a Suiza. Este noble, propietario de muchos castillos y respetado como buen guerrero, tenía un temperamento muy iracundo. Ida, que había sido educada en el temor de Dios y en la virtud, lo soportó con paciencia y mansedumbre. La pareja no pudo tener hijos, por lo que Ida tomó a los pobres como hijos suyos, convirtiéndose en un «ángel de consuelo» para muchas personas en las aldeas y cabañas. Además, se ocupaba de todos los habitantes del castillo y los guiaba hacia una vida piadosa con sus palabras y su ejemplo. Era muy querida por todos.

leer más

Conmemoración de los fieles difuntos: “Las benditas almas del purgatorio”

Lam 3,17-26

Me han arrancado la paz, y ni me acuerdo de la dicha; me digo: “Se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor.” Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión: antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad! El Señor es mi lote, me digo, y espero en él. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

Después de la Solemnidad de Todos los Santos, sigue inmediatamente la conmemoración de los fieles difuntos. Ellos pertenecen a la así llamada “Iglesia purgante”; es decir, que son nuestros hermanos que aún están a la espera de alcanzar la visión beatífica de Dios, y se encuentran atravesando su última purificación.

leer más

Solemnidad de Todos los Santos: “El llamado universal a la santidad”

Ap 7,2-4.9-14

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del Oriente con el sello del Dios vivo. Gritó entonces con voz potente a los cuatro ángeles a quienes se había encomendado causar daño a la tierra y al mar: “No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.” Pude oír entonces el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. Después miré y pude ver una muchedumbre inmensa, incontable, que procedía de toda nación, razas, pueblos y lenguas. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con ropas blancas y llevando palmas en sus manos. Entonces se ponen a gritar con fuerte voz: “La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.” Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono, de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: “Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.” Uno de los ancianos tomó la palabra y me dijo: “¿Quiénes son y de dónde han venido esos que están vestidos de blanco?” Yo le respondí: “Señor mío, tú lo sabrás.” Me respondió: “Esos son los que llegan de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero.”

leer más

Beata Isabel de Hungría: Religiosa por resignación y luego por decisión

La beata Isabel de Hungría —que, aunque sean parientes, no debe confundirse con Santa Isabel de Hungría, conocida también como Santa Isabel de Turingia— era hija del rey Andrés III. Quedó huérfana de madre a una edad temprana y tuvo que sufrir el duro yugo de una madrastra que la rechazaba: la reina Inés de Habsburgo. Estaba destinada a ser la esposa del príncipe Wenceslao de Bohemia. Sin embargo, cuando murió su padre, Isabel fue despojada de su herencia real y Wenceslao perdió interés en ella. Isabel fue encarcelada junto con su madrastra en el palacio real de Budapest, destinada ahora a ser la esposa del duque de Austria. Pero los acontecimientos tomaron otro rumbo…

Cuando asesinaron al padre de su madrastra, esta llevó a Isabel consigo y se dirigieron a Suabia para cobrar venganza. Una vez allí, la madrastra decidió que Isabel debía ingresar en un convento, aunque le permitió escogerlo libremente. Isabel, que entonces tenía 16 años, se resignó a su destino y escogió el convento dominico de Töss. La madrastra insistió en que tomara el hábito e hiciera los votos tras solo quince semanas de ingreso. La joven, heredera legítima al trono de Hungría, también cedió en esto.

leer más

Beata Stefana: De vuelta a la verdadera Iglesia

Hoy hablaremos sobre una beata poco conocida en la Iglesia católica: la beata Stefana. Nació en el siglo XVII en el seno de una familia noble calvinista de Gex (Francia). En aquella época, había grandes tensiones entre los católicos y los protestantes de diversas denominaciones. Se cuenta que Stefana era una muchacha alegre y simpática, pero tan sumida en sus creencias erróneas que se burlaba de las costumbres y ceremonias de nuestra Iglesia, llena de desprecio y rechazo. A veces, se colaba en las iglesias católicas solo para hacer travesuras: por ejemplo, se lavaba las manos en la pila de agua bendita y cometía otras irreverencias similares.

Pero el Señor no dejó a Stefana en la confusión. Como no había nadie que le enseñara y le ayudara a reconocer la verdad, el Señor mismo intervino. En la fiesta del Corpus Christi, Stefana observaba desde su casa la procesión. Entonces, fue como si Cristo la mirara desde la custodia. De repente, un rayo celestial cayó sobre su alma, iluminándola y haciéndole reconocer con total claridad la verdad del catolicismo y la falsedad de la creencia que había profesado hasta entonces. En ese momento, su corazón se decidió instantáneamente a convertirse al catolicismo a cualquier precio y a servir fervientemente al Señor. Entonces, exclamó interiormente con el profeta: «Señor, conviérteme y seré toda tuya» (cf. Jr 31,18).

leer más

La puerta estrecha

Lc 13,22-30

Mientras caminaba Jesús hacia Jerusalén, iba atravesando ciudades y pueblos enseñando. Uno le preguntó: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Él les respondió: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, los que estéis fuera os pondréis a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero os responderá: ‘No sé de dónde sois.’ Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas.’ Pero os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Apartaos todos de mí, malhechores!’ Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos.”

leer más