“CRISTO VIVE EN MÍ”  

«Traed todo ante mí para que tome posesión de ello y me proclame a través vuestro» (Palabra interior).

En el seguimiento del Señor, todo en nosotros debe transformarse. Hemos de convertirnos en «hombres nuevos», en «personas espirituales», como nos enseña el Apóstol de los Gentiles (cf. 1 Cor 3, 1). Esto significa que el Espíritu Santo toma cada vez más las riendas y nosotros seguimos dócilmente sus instrucciones, de manera que nuestros pensamientos y acciones se transforman bajo su influjo. Entonces, ya no son principalmente los impulsos naturales los que determinan nuestra vida, sino que, con la gracia de nuestro Padre Celestial, aprendemos a comprender la perspectiva de Dios y a regirnos por ella.

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“LA TRANSFORMACIÓN DEL CORAZÓN”  

«Ecce enim veritatem dilexisti (Te gusta un corazón sincero)» (Sal 50,7).

Conocemos las palabras del Profeta Jeremías sobre el corazón retorcido: «El corazón es lo más retorcido, no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?. Yo, el Señor, exploro el corazón, examino el interior del hombre, para dar a cada cual según su conducta, según el fruto de sus obras» (Jer 17,9).

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“¡QUÉ BUENO QUE DIOS SEA DIOS!”

 

«Me regocijo en el hecho de que Dios sea Dios» (San Charles de Foucauld).

De todo corazón podemos hacer nuestras las palabras de san Charles de Foucauld: «¡Qué bueno que Dios sea Dios!». Esta constatación puede brotar de lo más profundo de nuestro corazón como una constante alabanza. Ya en el Antiguo Testamento, el rey David exclama: «Caigamos en manos del Señor, que es grande su misericordia. Prefiero no caer en manos de los hombres» (1Cro 21,13).

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“NUESTRO PADRE LO ES TODO”

«Dios dice: ‘Yo soy Padre, esposo, familia, alimento, vestido, raíz, cimiento… ¡Todo lo que quieras, soy para ti! También seré tu servidor, pues no he venido para ser servido, sino para servir. También soy tu amigo, miembro, cabeza, hermano, hermana y madre; lo soy todo. ¡Sólo tienes que confiar en mí!» (San Juan Crisóstomo).

En nuestro Padre encontramos todas las expresiones posibles del verdadero amor, de modo que Él lo es todo y puede convertirse en nuestro todo. Santa Teresa de Ávila lo expresa en pocas palabras: «Solo Dios basta».

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“DIOS NOS ATRAE HACIA SU CORAZÓN”  

«Con amor eterno nos ha amado Dios. Por eso, al ser elevado sobre la tierra, nos ha atraído hacia su corazón, compadeciéndose de nosotros» (Antífona de Laudes de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús).

No nos resulta tan fácil imaginarnos un amor eterno porque, como seres humanos, somos tan limitados. Sin embargo, existen momentos en la vida que desearíamos que nunca terminaran. Así puede sucederles a los enamorados o nos puede ocurrir cuando Dios nos toca profundamente en la oración y el transcurso del tiempo pasa a segundo plano. Entonces el alma dice: «Quiero quedarme aquí para siempre. Ya no busco nada más».

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“TUS OJOS GUARDARÁN MIS CAMINOS”

«Hijo, dame tu corazón, y tus ojos guarden mis caminos» (Antífona de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús).

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8), nos dice el Señor en el Sermón de la Montaña. Esta promesa se corresponde con la antífona que hemos escuchado hoy. Cuando entregamos nuestro corazón a nuestro Padre Celestial, se abren los ojos de nuestra alma y empezamos a ver todo lo que nos rodea —incluso a Dios mismo— bajo su luz. «Porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz» (Sal 35, 10).

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