“NO TENDRÉ QUE AVERGONZARME”

“De tus preceptos hablaré ante los reyes, y no tendré que avergonzarme” (Sal 118,46).

¿Podemos hacernos eco de esta afirmación del salmista? ¿Tenemos la valentía de hablar públicamente de nuestra fe, profesándola tal como es? ¿O será que ya nos hemos dejado intimidar por el espíritu cada vez más anticristiano de este mundo, que, de ser posible, quisiera desterrar por completo el testimonio cristiano? ¿Qué sucedería si fuéramos llevados ante las autoridades civiles, ante los “reyes” de este mundo? ¿Será que perderíamos el valor?

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“ESCUCHA, PUEBLO MÍO”


“Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases Israel!  No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero” (Sal 80,9-10).

Estas palabras de nuestro Padre no son menos importantes para nosotros hoy que en su tiempo para el Pueblo de Israel. Si obedecemos a nuestro Padre, su Espíritu puede modelar fácilmente nuestra vida, porque el Señor quiere llegar a la unión de corazones con nosotros. Para ello, el prerrequisito indispensable es que le escuchemos y obedezcamos.

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“NO TEMAS A LOS HOMBRES MORTALES” 

“Yo soy tu consolador. ¿Quién eres tú, que tienes miedo del mortal y del hijo del hombre, al heno equiparado?” (Is 51,12).

Nuestro Padre nos invita a centrar toda nuestra atención en Él, tomando consciencia de su presencia una y otra vez. Nuestro olvido y descuido hacen que, en determinadas situaciones de la vida, no pensemos en Él. Así sucede que fácilmente dejamos que las circunstancias nos determinen, y que incluso lleguen a dominarnos.

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EL CUMPLIMIENTO DE LA LEY

“A través del cumplimiento de mi Ley, quisiera hacerles vivir una vida más dulce” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

En los salmos encontramos maravillosas afirmaciones que expresan cuán importante es la Ley de Dios para el salmista:

“Oh Dios mío, en tu ley me complazco” (Sal 39,9).

“¡Oh, cuánto amo tu ley!” (Sal 118,97).

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EL CORAZÓN SENSIBLE DE DIOS 

Para el Señor es importante que lo conozcamos como Él realmente es. Jesús mismo trata de transmitirnos una y otra vez la verdadera imagen del Padre. En efecto, sólo cuando tenemos la imagen correcta de Él, podemos vivir en una relación confiada con Él, tal como lo ha previsto para nosotros. Entonces resplandece aquella gozosa realidad que la luz de Dios difunde en este mundo, y se hacen realidad las palabras de Jesús: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14).

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“TENED PIEDAD DE VOSOTROS MISMOS”

Mis queridos hijos, desde hace ya veinte siglos os he colmado de estos bienes con gracias especiales, ¡pero el resultado es mínimo!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Estas palabras del Padre nos permiten echar una mirada en su Corazón. La relación entre las riquezas que Dios nos da y los frutos que damos a partir de ellas es desproporcionada. Día a día podemos fortalecernos a través del Santo Sacrificio de la Misa, recibir el perdón en el sacramento de la penitencia cuando hemos caído en nuestra debilidad, acoger el amor que el Redentor nos ofrece desde la Cruz y tantas otras gracias que el Padre nos brinda para nuestra vida espiritual. ¡Todo está a nuestra disposición y en abundancia!

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EL CAMINO REGIO

“Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16b).

Ya sea que se exprese en la contemplación, en la meditación o en las obras, el camino regio es el amor. Si permanecemos en el amor, el Padre permanece en nosotros. Y este camino podemos recorrerlo en todo momento y en cualquier circunstancia: siempre podemos intentar optar por el mayor amor.

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EL SEÑOR ES MI PASTOR

“El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 23,1).

Para dársenos a entender, nuestro Señor nos habla con comparaciones que conocemos de nuestra vida humana. La imagen del Buen Pastor que, en su actitud vigilante, no pierde de vista el rebaño que le ha sido encomendado, quiere transmitirnos cómo el Señor vela sobre los suyos.

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“MI LUZ AHUYENTA TODA OSCURIDAD” 

Mi luz ahuyenta toda oscuridad, hasta el punto de que te duela haber tenido aún el más mínimo pensamiento equivocado(Palabra interior).

Dios es luz y no hay en Él sombra alguna (1Jn 1,5). Nuestro Padre es el amor (1Jn 4,8b). Cuando el amor se derrama en nuestros corazones y nosotros nos dejamos mover por él, no podrá subsistir nada que se oponga a este amor. Así es como tiene lugar la purificación del corazón.

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