Nuestra contribución a la unidad

Ef 4,1-7.11-13

Hermanos: Yo, prisionero por el Señor, os exhorto a que viváis de una manera digna de la llamada que habéis recibido: con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Pues uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados.

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Fieles hasta la muerte

Lc 9,23-26 (Evangelio correspondiente a la memoria de Santos Andrés Kim Taegon, Pablo Chong Hasang y compañeros mártires)

En aquel tiempo, dijo Jesús a la multitud: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día, y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, ése la salvará. Porque ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero si se destruye a sí mismo o se pierde? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre y en la de los santos ángeles.”

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Con la mirada puesta en la eternidad

Hb 10,32-36 (Lectura correspondiente a la memoria de San Genaro)

Acordaos de los días primeros, cuando, recién iluminados, tuvisteis que sostener una lucha grande y dolorosa: unas veces sometidos públicamente a calumnias y vejaciones, otras estrechamente unidos a los que así eran tratados. Pues compartisteis los sufrimientos de los encarcelados; y os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y más duradera. No perdáis, por tanto, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa: porque necesitáis paciencia para conseguir los bienes prometidos cumpliendo la voluntad de Dios.

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Dios quiere que todos los hombres se salven

1Tim 2,1-8

Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad.

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Superar el rencor y la ira

Sir 27,30–28,7

Rencor e ira son abominables, el pecador está habituado a ambos. El vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de sus pecados. Perdona la ofensa a tu prójimo, y, en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados. Si un hombre alimenta la ira contra otro, ¿cómo puede esperar la curación del Señor? Si no se compadece de su semejante, ¿cómo pide perdón por sus propios pecados?

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Seguir la voz del Señor

Jn 17,6a.11b-19

Lectura correspondiente a la memoria de San Cornelio y Cipriano

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo: “Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.

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Los dolores de María

La memoria que hoy celebramos se remonta a la Fiesta de los “Siete dolores de María”, que fue introducida por el Papa Benedicto XIII en el año 1721.

En el cristianismo de Oriente, desde los primeros siglos se venera a la Madre Dolorosa. El gran poeta Efrén el Sirio (+373) canta ya sobre la Virgen bajo la Cruz, y un gran número de autores de la antigüedad cristiana tematizan los Dolores de María. Estos textos pasaron a formar parte de la liturgia de Oriente. Así, ya en el siglo VI era habitual la representación de María bajo la Cruz.

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El triunfo del amor

La Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que hoy celebramos, se remonta a un acontecimiento que tuvo lugar en el año 335. El 13 de septiembre de aquel año se consagró solemnemente una gran Iglesia en Jerusalén, tras muchos años de construcción. Se la conoce como la “Basílica del Santo Sepulcro” o “Iglesia de la Resurrección”. Fue el Emperador Constantino quien la mandó construir, después de que su madre, Santa Helena, hubo encontrado la Cruz de Cristo el 13 de septiembre del año 320.

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El verdadero combate

Col 3,1-11

Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él. Por tanto, dad muerte a todo lo terreno que haya en vosotros: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la ira de Dios sobre los rebeldes.

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Sólo en Cristo reside la plenitud de la divinidad

Col 2,6-15

Hermanos: Ya que habéis aceptado a Cristo Jesús, el Señor, proceded según él. Arraigados en él, dejaos construir y afianzar en la fe que os enseñaron, y rebosad agradecimiento. Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo. Porque es en Cristo en quien reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y por él, que es cabeza de todo principado y autoridad, habéis obtenido vuestra plenitud.

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