MIRAD CONMIGO AL PADRE

“Mirad conmigo al Padre y todo lo conseguiréis, sea lo que sea” (Palabra interior).

Al mirar con Jesús al Padre, todo lo que sucede se transforma y se convierte en una entrega constante a nuestro Padre Celestial. Nada de lo que Jesús dijo e hizo fue jamás contrario a la Voluntad de Dios. Antes bien, el Hijo de Dios conduce de regreso al Padre a toda la humanidad necesitada de redención.

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Valentía y verdadera obediencia

Hch 4,13-21

En aquellos días, los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, quedaron sorprendidos al ver la valentía de Pedro y Juan, sabiendo además que eran hombres sin instrucción ni cultura. Por una parte, reconocían que Pedro y Juan habían estado con Jesús; y, al mismo tiempo, veían de pie, junto a ellos, al hombre que había sido curado; así que no podían replicar. Les mandaron salir fuera del Sanedrín y se pusieron a deliberar.

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LA VICTORIA SOBRE EL MUNDO 

“Todo el que ha nacido de Dios, vence al mundo” (1Jn 5,4a).

Es una ilusión creer que nosotros, como cristianos, podemos vivir como se vive en el mundo. Es una ilusión si los pastores de la jerarquía eclesiástica piensan que habría que adaptarse más al mundo para poder ganar a las personas de este tiempo. Es una ilusión colocar a la fe cristiana a un mismo nivel con las otras religiones, o incluso querer crear una entidad religiosa ecuménica, en la que tengan cabida todas las personas independientemente de su credo, y pretender que ésta sea mayor que la Iglesia Católica.

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LA LONGANIMIDAD DE NUESTRO PADRE 

“El mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él” (1Jn 3,1b).

Podemos tener la esperanza de que, a través de un testimonio fidedigno de nuestra parte, las personas encuentren acceso al amor de nuestro Padre Celestial. Sin embargo, las palabras que hemos escuchado del Apóstol San Juan nos exhortan a ser siempre realistas. En el Prólogo de su Evangelio, San Juan escribe: “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1,5).

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El tiempo de la consolación

Hch 3,11-26

En aquellos días, como el tullido curado no soltaba a Pedro y a Juan, toda la gente, presa de estupor, corrió hacia ellos al pórtico llamado de Salomón. Pedro, al percatarse de esto, se dirigió así a la gente: “Israelitas, ¿por qué os admiráis de lo sucedido, o por qué nos miráis fijamente, como si nosotros hubiéramos hecho andar a este hombre con nuestro poder o piedad?

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HIJOS DE DIOS

“Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!” (1Jn 3,1).

Como hijos de nuestro Padre atravesamos esta vida. Pero “aún no se ha manifestado lo que seremos” –nos dice más adelante el Apóstol San Juan. Sólo nos será plenamente revelado cuando contemplemos cara a cara a nuestro Padre en la eternidad.

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“¿QUÉ PODRÁ HACERME EL HOMBRE?” 

“En Dios, cuya palabra alabo (…), en Dios confío y no temo; ¿qué podrá hacerme un hombre?” (Sal 55,11-12)

En ningún sitio encontraremos verdadera paz y seguridad mientras la palabra de nuestro Padre no se nos convierta en alimento cotidiano. En todas las situaciones que se nos presenten, la Palabra del Señor nos nutrirá. Si nos entregamos sin reservas a nuestro Padre, sabremos aceptar de su mano aun las situaciones difíciles de nuestra vida, de modo que éstas experimentarán una transformación desde dentro. Aunque normalmente tales situaciones son capaces de subyugarnos, no sucederá así si nuestra alma está unida a Dios. Puesto que nuestro Padre es el Señor de toda circunstancia en nuestra existencia, la confianza podrá surgir aun en medio de la espesura que quiere engullirnos.

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Jesús se aparece a María Magdalena

Jn 20,11-18

En aquel tiempo, estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro y vio dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?” Ella les respondió: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto.”

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