LOS FIELES PERMANECERÁN JUNTO A ÉL

“Los que en él confían entenderán la verdad y los que son fieles permanecerán junto a él en el amor” (Sab 3,9a).

En un corazón que confía en el Padre puede penetrar la verdad, pues Dios mismo lo atrae hacia sí y lo colma consigo mismo. Un corazón tal se desprende de las falsas seguridades que lo atan a un mundo de ilusiones, de modo que nuestro Padre puede despertar plenamente en este corazón el amor a Él. Así, el corazón se entrega por completo a Él. Dios entra en él y pone su morada en él. Ya no es sólo un huésped ocasional, sino que convierte a este corazón en su Templo, en el santuario de su presencia, en su morada…

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“MEJORES SON QUE EL VINO TUS AMORES” 

Son los místicos quienes pueden describirnos vívidamente el amor de Dios, a menudo empleando un lenguaje extasiado, como sucede a veces en el plano humano con los enamorados, que quieren expresar su amor.

Estos místicos están como embriagados, porque el sobrecogedor amor divino ha abierto las profundidades de su alma, derramándose en ellos y llegando a desbordarse también. ¡Apenas pueden contenerlo! Por nuestras limitaciones terrenales, resulta difícil describir en palabras lo que el alma experimenta. Sin embargo, se puede recurrir al lenguaje del amor.

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“TÚ ERES NUESTRO ESPLENDOR” 

“Tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo. Porque tú eres su esplendor y su fuerza, y con tu favor realzas nuestro poder” (Sal 88,17-18).

El corazón se inunda de gran alegría cuando llega a conocer a nuestro Padre tal como Él es en verdad.

Cada vez que su Nombre resuena, cada vez que se habla bien de Él, cada vez que se alaban sus obras, se reconoce su misericordia y se canta su esplendor, nuestra alma exulta de alegría, porque en ella –la amada– despierta el amor.

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El pan de vida

Jn 6,52-59

En aquel tiempo, discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.

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“A LA LUZ DE TU ROSTRO”

“Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, ¡oh Señor!, a la luz de tu rostro. El Santo de Israel es nuestro rey” (Sal 88,16.19).

Quien aclama al Señor y lo reconoce como Rey, penetra en la realidad establecida y revelada por Dios, porque, efectivamente, el Señor es un rey. Más aún: Él es el verdadero Rey, en quien todo tiene su origen.
“Pilato le dijo: ‘¿Luego tú eres Rey?’. Jesús contestó: ‘Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz’” (Jn 18,37).

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La ayuda del cielo en la evangelización

Hch 8,26-40

En aquellos días, un ángel del Señor habló así a Felipe: “Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza atravesando la estepa.” Felipe se avió y partió. Por el camino vio a un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros y que había venido a adorar en Jerusalén.

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“QUE TODOS ME CONOZCAN”

“Puesto que yo deseo, sobre todo, darme a conocer a todos vosotros, para que todos podáis gozar de mi bondad y ternura ya aquí en la tierra, convertíos en apóstoles de aquellos que no me conocen todavía” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Este es el gran deseo de nuestro Padre Celestial, y Él lo enfatiza aún más al decir que ése es su deseo “sobre todo”. Esta petición suya se dirige “sobre todo” a aquellos que ya han comprendido algo de su amor y viven en él. Por tanto, es una misión que tiene por objeto a todos los hombres, porque nadie está excluido del amor de Dios.

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