“Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36,26).
¡Lo que está en juego es el corazón del hombre! ¿A quién le pertenece?
Nuestro Padre Celestial quiere habitar en nuestro corazón y hacerlo receptivo a su amor, que sin cesar nos ofrece. El corazón nuevo que Él nos da es uno que ya no se endurece, que no se cierra más al amor, que se ensancha frente a las necesidades de todos los hombres, que ya no tolera la frialdad que aún descubre en sí mismo y permite que el amor de Dios derrita la capa de hielo que a menudo lo rodea.