Evangelio de San Juan (Jn 11,47-57): «El Sanedrín decide la muerte de Jesús”  

Entonces los príncipes de los sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín: “¿Qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos signos? -decían-. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación”. Uno de ellos, Caifás, que aquel año era sumo sacerdote, les dijo: “Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación” -pero esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así, desde aquel día decidieron darle muerte. Entonces Jesús ya no andaba en público entre los judíos, sino que se marchó de allí a una región cercana al desierto, a la ciudad llamada Efraín, donde se quedó con sus discípulos. Pronto iba a ser la Pascua de los judíos, y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la Pascua para purificarse. 

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Evangelio de San Juan (Jn 11,28-46  ): «La resurrección de Lázaro»

 

En cuanto dijo esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en un aparte: “El Maestro está aquí y te llama”. Ella, en cuanto lo oyó, se levantó enseguida y fue hacia él. Todavía no había llegado Jesús a la aldea, sino que se encontraba aún donde Marta le había salido al encuentro. Los judíos que estaban con ella en la casa y la consolaban, al ver que María se levantaba de repente y se marchaba, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Entonces María llegó donde se encontraba Jesús y, al verle, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús, cuando la vio llorando y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se estremeció por dentro, se conmovió y dijo: “¿Dónde le habéis puesto?” Le contestaron: “Señor, ven a verlo”. Jesús rompió a llorar. Decían entonces los judíos: “Mirad cuánto le amaba”. Pero algunos de ellos dijeron: “Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que no muriera?” Jesús, conmoviéndose de nuevo, fue al sepulcro.

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Evangelio de San Juan (Jn 11,17-27): “Yo soy la Resurrección y la Vida”  

Al llegar Jesús, encontró que Lázaro ya llevaba sepultado cuatro días. Betania distaba de Jerusalén como quince estadios. Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María para consolarlas por lo de su hermano. En cuanto Marta oyó que Jesús venía, salió a recibirle; María, en cambio, se quedó sentada en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano, pero incluso ahora sé que todo cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá”. “Tu hermano resucitará” -le dijo Jesús. Marta le respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día”. “Yo soy la Resurrección y la Vida -le dijo Jesús-; el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?” “Sí, Señor -le contestó-. Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo”. leer más

Evangelio de San Juan (Jn 10,40-42–11,1-16): “Signos y milagros”  

Jesús se fue de nuevo al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba al principio, y allí se quedó. Y muchos acudieron a él y decían: “Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que Juan dijo de él era verdad.” Y muchos allí creyeron en él.

Había un enfermo que se llamaba Lázaro, de Betania, la aldea de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro había caído enfermo. Entonces las hermanas le enviaron este recado: “Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo”. Al oírlo, dijo Jesús: “Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios”. Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Aun cuando oyó que estaba enfermo, se quedó dos días más en el mismo lugar. Luego, después de esto, les dijo a sus discípulos: “Vamos otra vez a Judea”. Le dijeron los discípulos: “Rabbí, hace poco te buscaban los judíos para lapidarte, y ¿vas a volver allí?” “¿Acaso no son doce las horas del día?” -respondió Jesús. Si alguien camina de día no tropieza porque ve la luz de este mundo; pero si alguien camina de noche tropieza porque no tiene luz. Dijo esto, y a continuación añadió: “Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero voy a despertarle”. 

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Evangelio de San Juan (Jn 10,22-39): “Aunque no me creáis a mí, creed en las obras”  

Se celebraba por aquel tiempo en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Paseaba Jesús por el Templo, en el pórtico de Salomón. Entonces le rodearon los judíos y comenzaron a decirle: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo claramente”. Les respondió Jesús: “Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”. Los judíos recogieron otra vez piedras para lapidarle. 

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Evangelio de San Juan (Jn 10,10-21): “Un solo rebaño y un solo Pastor”  

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. El asalariado, el que no es pastor y al que no le pertenecen las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, conozco las mías y las mías me conocen. Como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo potestad para darla y tengo potestad para recuperarla. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre”. Se produjo de nuevo una disensión entre los judíos a causa de estas palabras. Muchos de ellos decían: “Está endemoniado y loco, ¿por qué le escucháis?” Otros decían: “Cosas así no las dice uno que está endemoniado. ¿Es que puede un demonio abrir los ojos de los ciegos?”

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Evangelio de San Juan (Jn 10,1-10): “El buen Pastor”  

“En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero y las ovejas atienden a su voz, llama a sus propias ovejas por su nombre y las conduce fuera. Cuando las ha sacado todas, va delante de ellas y las ovejas le siguen porque conocen su voz. Pero a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él porque no conocen la voz de los extraños”. Jesús les propuso esta comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.

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Evangelio de San Juan (Jn 9,24-41): «Los ciegos ven, los que ven se enceguecen”  

Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. Él les contestó: “Yo no sé si es un pecador. Sólo sé una cosa: que yo era ciego y que ahora veo”. Entonces le dijeron: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” “Ya os lo dije y no lo escuchasteis -les respondió-. ¿Por qué lo queréis oír de nuevo? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos?” Ellos le insultaron y dijeron: “Discípulo suyo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, pero ése no sabemos de dónde es”. Aquel hombre les respondió: “Esto es precisamente lo asombroso: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores. En cambio, si uno honra a Dios y hace su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no fuera de Dios no hubiese podido hacer nada”. Ellos le replicaron: “Has nacido en pecado y ¿nos vas a enseñar tú a nosotros?” Y le echaron fuera. 

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Evangelio de San Juan (Jn 9,13-23): “Es un profeta”  

 

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. El día en que Jesús hizo el lodo y le abrió los ojos era sábado. Y los fariseos empezaron otra vez a preguntarle cómo había comenzado a ver. Él les respondió: “Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo”. Entonces algunos de los fariseos decían: “Ese hombre no es de Dios, porque no guarda el sábado”. Pero otros decían: “¿Cómo es que un hombre pecador puede hacer semejantes prodigios?” Y había división entre ellos. Le dijeron, pues, otra vez al ciego: “¿Tú qué dices de él, puesto que te ha abierto los ojos?” “Que es un profeta” -respondió. No creyeron los judíos que aquel hombre habiendo sido ciego hubiera llegado a ver, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista, y les preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo que decís que nació ciego? ¿Entonces cómo es que ahora ve?” Respondieron sus padres: “Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Lo que no sabemos es cómo es que ahora ve.

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Evangelio de San Juan (Jn 9,1-12): «La curación de un ciego de nacimiento”  

 

Y al pasar vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: “Rabbí, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?” Respondió Jesús: “Ni pecó éste ni sus padres, sino que eso ha ocurrido para que las obras de Dios se manifiesten en él. Es necesario que nosotros hagamos las obras del que me ha enviado mientras es de día, porque llega la noche cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo soy luz del mundo”. Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, lo aplicó en sus ojos y le dijo: “Anda, lávate en la piscina de Siloé -que significa: ‘Enviado’.”

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