HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 2,1-13): “El acontecimiento de Pentecostés”    

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

Habitaban en Jerusalén judíos, hombres piadosos venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido se reunió la multitud y quedó perpleja, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Estaban asombrados y se admiraban diciendo: “¿Es que no son galileos todos éstos que están hablando? ¿Cómo es, pues, que nosotros les oímos cada uno en nuestra propia lengua materna?  leer más

HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 1,13-26): “La elección de Matías”    

Cuando llegaron subieron al Cenáculo donde vivían Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes, y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús, y sus hermanos. En aquellos días Pedro, puesto de pie en medio de los hermanos -se habían reunido allí unas ciento veinte personas-, dijo: “Hermanos, era preciso que se cumpliera la Escritura que el Espíritu Santo predijo por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús, pues se contaba entre nosotros y se le había hecho partícipe de este ministerio. Adquirió un campo con el precio de su pecado, cayó de cabeza, reventó por la mitad y se desparramaron todas sus entrañas. Y el hecho fue conocido por todos los habitantes de Jerusalén, de modo que aquel campo se llamó en su lengua ‘Hacéldama’, es decir, ‘Campo de sangre’. 

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 1,1-12): “La Ascensión del Señor”

Tras la serie en la que hemos meditado intensamente el Evangelio de San Juan, concluyendo con los relatos de la Resurrección, se presta a continuar con el Libro de los Hechos de los Apóstoles, que inicia con la Ascensión. En esta nueva serie escucharemos e interiorizaremos cómo la Iglesia naciente cumplió su misión, para que nunca desfallezca nuestro celo por anunciar el mensaje de la salvación a los hombres de hoy en día.

Como indiqué al principio de la serie sobre el Evangelio de San Juan, si alguien prefiere escuchar una meditación sobre la lectura o el evangelio del día, encontrará el respectivo enlace al final del texto.

El Evangelio de San Juan concluyó con estas palabras: “Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús y que, si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir” (Jn 21,25). En los primeros versículos de los Hechos de los Apóstoles se explican en parte estas palabras, pues está escrito que Jesús se apareció durante cuarenta días a sus discípulos antes de ascender al cielo para instruirlos y prepararlos para su tarea: leer más

EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 21,20-25): “Juan, el testigo”      

Se volvió Pedro y vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?” Y Pedro, al verle, le dijo a Jesús: “Señor, ¿y éste qué?” Jesús le respondió: “Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme”. Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: “Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?” Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús y que, si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir. leer más

EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 21,15-19): “El ministerio de Pedro”      

Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le dijo: “Apacienta mis corderos”. Volvió a preguntarle por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le dijo: “Pastorea mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: ‘¿Me quieres?’, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero”. Le dijo Jesús: “Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te ceñías tú mismo y te ibas adonde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará adonde no quieras” -esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: “Sígueme”.

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 20,30-31; 21,1-14): “La aparición de Jesús en el Lago de Tiberíades”      

Muchos otros signos hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no han sido escritos en este libro. Sin embargo, éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. Después volvió a aparecerse Jesús a sus discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se apareció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomás, el llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: “Voy a pescar”. Le contestaron: “Nosotros también vamos contigo”. Salieron y subieron a la barca. Pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, se presentó Jesús en la orilla, pero sus discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. Les dijo Jesús: “Muchachos, ¿tenéis algo de comer?” “No” -le contestaron. Él les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. La echaron, y casi no eran capaces de sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!” Al oír Simón Pedro que era el Señor se ató la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar. 

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 20,24-29): “Dichosos los que creen sin haber visto”      

Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!” Pero él les respondió: “Si no le veo en las manos la marca de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré”. A los ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Aunque estaban las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: “La paz esté con vosotros”. Después le dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Respondió Tomás y le dijo: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús contestó: “Porque me has visto has creído; dichosos los que no han visto y han creído”.

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 20,19-23): “El Señor Resucitado se aparece a sus discípulos”    

Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, con las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos cerradas por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con vosotros”. Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron. Les repitió: “La paz esté con vosotros. Como el Padre me envió, así os envío yo”. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos”.

En la tarde de aquel mismo día, el Señor se mostró a los discípulos, que, temiendo persecución por parte de los judíos, se habían escondido. Pero Jesús se abrió paso hasta ellos aun a través de las puertas cerradas y empezó deseándoles la paz. Estas fueron las primeras palabras del Resucitado a sus discípulos, y en ellas se expresa lo que está previsto para todos los hombres.

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 20,11-18): “El Resucitado se aparece a María Magdalena”    

María estaba fuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido colocado el cuerpo de Jesús. Ellos dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?” “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” -les respondió. Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: “Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”. Jesús le dijo: “¡María!” Ella, volviéndose, exclamó en hebreo: “¡Rabbuní!” -que quiere decir: ‘Maestro’. Jesús le dijo: “Suéltame, que aún no he subido a mi Padre; pero vete donde están mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios’.” Fue María Magdalena y anunció a los discípulos: “¡He visto al Señor!, y me ha dicho estas cosas”. leer más

EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 20,1-10): “El sepulcro vacío”

El día siguiente al sábado, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces echó a correr, llegó hasta donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto”. Salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos plegados, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos plegados, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó. No entendían aún la Escritura según la cual era preciso que resucitara de entre los muertos. Y los discípulos se marcharon de nuevo a casa.

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