“El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan” (Sal 145,6).
En efecto, los ciegos acudían a Jesús y Él les abría los ojos (cf. Mc 10,46-52). ¡Qué gracia tan grande cuando una persona cuyos ojos físicos no podían ver vuelve a contemplar la gloriosa Creación y a las personas de faz en faz!