“ESCUCHA, PUEBLO MÍO”


“Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases Israel!  No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero” (Sal 80,9-10).

Estas palabras de nuestro Padre no son menos importantes para nosotros hoy que en su tiempo para el Pueblo de Israel. Si obedecemos a nuestro Padre, su Espíritu puede modelar fácilmente nuestra vida, porque el Señor quiere llegar a la unión de corazones con nosotros. Para ello, el prerrequisito indispensable es que le escuchemos y obedezcamos.

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Mi amigo divino (Parte II)

Mi Amigo divino no viene a morar en mí sólo cuando ya he ordenado impecablemente mi casa interior. Antes bien, si se lo pido, Él mismo me ayuda en ello. Él no se arredra ante nada; sino que está dispuesto a mostrarme los rincones sucios que yo ni siquiera sería capaz de descubrir, y Él mismo se pone manos a la obra, pero siempre con una amabilidad encantadora y con gran perseverancia. Y es que Él quiere permanecer para siempre en mi alma y prepararla para la eternidad. Allí estará firme para siempre y nunca más podrá descarrilarse.

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“NO TEMAS A LOS HOMBRES MORTALES” 

“Yo soy tu consolador. ¿Quién eres tú, que tienes miedo del mortal y del hijo del hombre, al heno equiparado?” (Is 51,12).

Nuestro Padre nos invita a centrar toda nuestra atención en Él, tomando consciencia de su presencia una y otra vez. Nuestro olvido y descuido hacen que, en determinadas situaciones de la vida, no pensemos en Él. Así sucede que fácilmente dejamos que las circunstancias nos determinen, y que incluso lleguen a dominarnos.

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“Mi amigo divino” (Parte I)

Quiero hablaros de mi Amigo divino, porque Él es tan bueno conmigo que realmente tengo que compartirlo con vosotros. No es que piense que vosotros no lo conocéis y que es exclusivamente Amigo mío. ¡Por supuesto que no! Pero, si os hablo de Él, tal vez lo conozcáis un poco mejor. En efecto, cuanto más escuchemos hablar de Él y cuanto más tiempo pasemos con Él, mejor lo conoceremos.

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EL CUMPLIMIENTO DE LA LEY

“A través del cumplimiento de mi Ley, quisiera hacerles vivir una vida más dulce” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

En los salmos encontramos maravillosas afirmaciones que expresan cuán importante es la Ley de Dios para el salmista:

“Oh Dios mío, en tu ley me complazco” (Sal 39,9).

“¡Oh, cuánto amo tu ley!” (Sal 118,97).

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Los dones del Espíritu Santo: El don de sabiduría

Si el don de entendimiento nos permite penetrar en los misterios divinos, el don de sabiduría nos concede un “delicioso” conocimiento de Dios:

“¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!” –exclama el salmista (Sal 34,9). Primero nos invita a gustar, y sólo después a ver.

El don de sabiduría nos concede una experiencia del corazón, nos permite echar una mirada al amor de Dios a través del corazón. Por eso decimos que es un “degustar espiritual” del amor divino.

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EL CORAZÓN SENSIBLE DE DIOS 

Para el Señor es importante que lo conozcamos como Él realmente es. Jesús mismo trata de transmitirnos una y otra vez la verdadera imagen del Padre. En efecto, sólo cuando tenemos la imagen correcta de Él, podemos vivir en una relación confiada con Él, tal como lo ha previsto para nosotros. Entonces resplandece aquella gozosa realidad que la luz de Dios difunde en este mundo, y se hacen realidad las palabras de Jesús: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14).

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Los dones del Espíritu Santo: El don de inteligencia

“El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.” (1Cor 2,10)

Mientras que el don de ciencia nos ayuda a sustraernos de la atracción de las criaturas, reconociendo en una mirada interior su nada (en cuanto que fueron creadas de la nada), y nos hace comprender que toda vida y belleza proceden de Dios; el don de entendimiento nos ayuda a penetrar en el misterio de Dios con la luz del Espíritu Santo mismo.

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“TENED PIEDAD DE VOSOTROS MISMOS”

Mis queridos hijos, desde hace ya veinte siglos os he colmado de estos bienes con gracias especiales, ¡pero el resultado es mínimo!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Estas palabras del Padre nos permiten echar una mirada en su Corazón. La relación entre las riquezas que Dios nos da y los frutos que damos a partir de ellas es desproporcionada. Día a día podemos fortalecernos a través del Santo Sacrificio de la Misa, recibir el perdón en el sacramento de la penitencia cuando hemos caído en nuestra debilidad, acoger el amor que el Redentor nos ofrece desde la Cruz y tantas otras gracias que el Padre nos brinda para nuestra vida espiritual. ¡Todo está a nuestra disposición y en abundancia!

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Los dones del Espíritu Santo: El don de ciencia

“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su propia alma?” (Mt 16,26)

A través de los cuatro primeros dones (el de temor, piedad, fortaleza y consejo), el Espíritu Santo guía sobre todo nuestra vida moral. En cambio, a través de los tres últimos dones (ciencia, entendimiento y sabiduría), Él conduce directamente nuestra vida sobrenatural; es decir, nuestra vida centrada en Dios.

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