“TENED PIEDAD DE VOSOTROS MISMOS”

Mis queridos hijos, desde hace ya veinte siglos os he colmado de estos bienes con gracias especiales, ¡pero el resultado es mínimo!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Estas palabras del Padre nos permiten echar una mirada en su Corazón. La relación entre las riquezas que Dios nos da y los frutos que damos a partir de ellas es desproporcionada. Día a día podemos fortalecernos a través del Santo Sacrificio de la Misa, recibir el perdón en el sacramento de la penitencia cuando hemos caído en nuestra debilidad, acoger el amor que el Redentor nos ofrece desde la Cruz y tantas otras gracias que el Padre nos brinda para nuestra vida espiritual. ¡Todo está a nuestra disposición y en abundancia!

Sin embargo, si miramos con realismo el estado en que se encuentra el mundo y también la Iglesia, constataremos que muchos –e incluso de entre los que ya se habían convertido en hijos de su amor a través del Redentor– no reconocen la bondad de Dios y llevan una vida de espaldas a Él, olvidados de Él, e incluso se precipitan en el abismo eterno.

Por tanto, no es de extrañar que el Padre, debido a su infinito amor por nosotros, haga todo lo posible por darnos a entender más aún este amor. De aquellos que corren el peligro de condenarse eternamente dice: En verdad no habían conocido mi infinita bondad. ¡Yo os amo tanto!”

Y a nosotros, que queremos acoger su mensaje y vivir como hijos de su amor, nos dirige este llamado: “Tened piedad de vosotros mismos, no os lancéis al precipicio! ¡Yo soy vuestro Padre!” 

Es bueno que nuestro Padre nos advierta. La Sagrada Escritura tampoco nos deja a oscuras sobre el peligro de que nosotros, los hombres, podemos condenarnos eternamente, y que, en efecto, esto sucede. Aunque ya hayamos reconocido al Señor y tratemos de corresponder a su amor, aún tenemos un camino por recorrer en la fidelidad a Él.

Aunque es cierto que el gran amor de nuestro Padre nos proporciona la verdadera seguridad y que Él nunca nos niega su amor, es igualmente cierto que corremos el riesgo de perder el rumbo en nuestra vida. Nunca debemos caer en ligereza y descuidar la vigilancia sintiéndonos demasiado seguros. En la oración nocturna, los monjes y religiosos escuchan diariamente esta exhortación: “Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario, el diablo, como un león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1Pe 5,8).

Si nos aferramos al amor de nuestro Padre e intentamos profundizarlo día a día, alcanzaremos nuestra meta por gracia de Dios.