Un buen ejemplo y un mal ejemplo

Mc 12,38-44

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: “Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Ésos tendrán una sentencia más rigurosa.”

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“DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 22,1).

Estas son las palabras del salmo 22 que Jesús pronuncia poco antes de expirar.

Nuestro Padre jamás lo abandonó, pero, puesto que Jesús cargó todo el pecado de este mundo y lo clavó en la Cruz, Dios permitió que experimentara “en carne propia” todo el peso del alejamiento de Dios, ese terrible estado interior de verse excluido del amor y de la verdadera vida, “como los caídos que yacen en el sepulcro” (Sal 87,6).

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Un corazón abierto

Mc 12,35-37

En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: “¿Cómo es que dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, ha dicho: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies’. El mismo David le llama ‘Señor’. Entonces, ¿cómo va a ser hijo suyo?” Y una inmensa muchedumbre le escuchaba con gusto. 

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“CONFÍA EN MÍ SIN LÍMITES”

“Hijo mío, Yo soy tu Padre. Confía en mí sin límites, porque te amo, y amo especialmente a aquellos que quieren asemejarse a mi Hijo” (Palabra interior).

Nuestro Padre Celestial nos invita a una confianza sin límites.

Confiar sin límites significa abandonarnos a Dios con toda nuestra existencia, sabiendo que nunca será un error confiar así en Él. Es evidente que el Padre se complace sobremanera en esta confianza, porque entonces nos tomamos en serio su amor y abrimos las puertas para que Él pueda concedérnoslo. Por supuesto que la confianza no es ligereza o temeridad; sino la entrega del corazón.

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EL ROSTRO DE JESÚS

Hoy quiero compartiros un extracto de una palabra interior que recibí en oración en el año 1984.

“Buscad mi Rostro y permaneced en silencio ante él, para que pueda penetraros. Mi Rostro vuelve a dar un rostro a este mundo. Ha de atravesar las tinieblas e imprimir mis rasgos en el mundo. Buscad mi Rostro amoroso, sufriente y santo.

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La mirada de Jesús al Padre

Hoy cerramos la serie de meditaciones sobre el Espíritu Santo que nos han acompañado a lo largo de las últimas semanas. A partir de mañana, retomaremos nuestras habituales meditaciones bíblicas, basadas normalmente en la lectura o el evangelio del día. Como transición, quisiera aprovechar la meditación de hoy para hablaros sobre algo que llevo en el corazón.

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“NO TENDRÉ QUE AVERGONZARME”

“De tus preceptos hablaré ante los reyes, y no tendré que avergonzarme” (Sal 118,46).

¿Podemos hacernos eco de esta afirmación del salmista? ¿Tenemos la valentía de hablar públicamente de nuestra fe, profesándola tal como es? ¿O será que ya nos hemos dejado intimidar por el espíritu cada vez más anticristiano de este mundo, que, de ser posible, quisiera desterrar por completo el testimonio cristiano? ¿Qué sucedería si fuéramos llevados ante las autoridades civiles, ante los “reyes” de este mundo? ¿Será que perderíamos el valor?

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“Mi amigo divino” (Parte III)

Lo que aún tengo por deciros es que mi Amigo “manda su luz desde el cielo” y rasga la oscura noche. Eso fue también lo que hizo por mí. Su luz radiante iluminó mi vida y me condujo a Jesús, nuestro Salvador. ¡Nunca podré agradecérselo lo suficiente!

Pero Él no se contenta con iluminarme y guiarme a la salvación a mí, que soy un pobre hombre. Él irradia su luz a este mundo para que todos los hombres reconozcan al Mesías que el Padre Celestial nos envió.

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