“DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 22,1).

Estas son las palabras del salmo 22 que Jesús pronuncia poco antes de expirar.

Nuestro Padre jamás lo abandonó, pero, puesto que Jesús cargó todo el pecado de este mundo y lo clavó en la Cruz, Dios permitió que experimentara “en carne propia” todo el peso del alejamiento de Dios, ese terrible estado interior de verse excluido del amor y de la verdadera vida, “como los caídos que yacen en el sepulcro” (Sal 87,6).

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Un corazón abierto

Mc 12,35-37

En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: “¿Cómo es que dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, ha dicho: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies’. El mismo David le llama ‘Señor’. Entonces, ¿cómo va a ser hijo suyo?” Y una inmensa muchedumbre le escuchaba con gusto. 

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