“No ejecutaré el furor de Mi ira; no volveré a destruir a Efraín. Porque Yo soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti, y no vendré con furor” (Os 11,9).
Sin duda muchos actos cometidos por el hombre atraen la ira de Dios, pues Él es misericordioso pero también justo. Recordemos, por ejemplo, cómo Jesús expulsó a los mercaderes del Templo (Jn 2,14-16), porque éstos, en lugar de adorar a Dios, hacían sus negocios en el recinto sacro, contribuyendo así a su profanación.