EL PARAÍSO SE ABRE

¡Fue tanto lo que perdimos cuando se nos cerraron las puertas del Paraíso! Aunque nos hayamos acostumbrado y ya no lo percibamos con gran dolor, es una profunda miseria en la que se sumió el hombre al caer en el pecado. Pero en el fondo del alma permanece aún el anhelo del Paraíso, que puede convertirse en un impulso para que busquemos a Dios. Nuestro Padre nos deja sentir las carencias de esta vida incompleta, y, al mismo tiempo, nos muestra el camino hacia aquella plenitud que Él nos quiere conceder. Así nos dice en el Mensaje a la Madre Eugenia:

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EL DESEO DE DIOS

Una hermosa flor en el Corazón de nuestro Padre es su misericordia. Con ella, y no con una inflexible severidad, quiere juzgar al mundo. La misericordia es su motivación insuperable para estar siempre pendiente y salir una y otra vez en busca de los hombres, para que se abran a su amor. En el Mensaje a la Madre Eugenia, nos dice:

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LA DULZURA DE LAS AGUAS SANADORAS

“Saboread la dulzura de estas aguas sanadoras, y cuando hayáis sentido cómo toda su deleitable fuerza se derrama sobre vuestras almas, saciando todas vuestras necesidades, venid y sumergíos en el Océano de mi misericordia, para que en adelante viváis sólo en mí, olvidándoos a vosotros mismos para vivir en mí por toda la eternidad” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

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EL SEÑOR ES BUENO

“El Señor es (…) bondadoso en todas sus acciones” (Sal 114,13b); el Señor es el Bueno por excelencia.

Al que se dirigió a Jesús llamándolo “Maestro bueno”, Él le contestó: “Nadie es bueno sino uno solo: Dios” (Mc 10,18).

Del Corazón de Dios brota esta bondad, que es su esencia y quiere darse a conocer a todos los hombres.

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EL VERDADERO ORO

En nuestro camino de seguimiento de Cristo, una y otra vez tenemos que lidiar con nuestras debilidades. Muchas veces no logramos vencerlas como quisiéramos y, a pesar de nuestros sinceros esfuerzos, terminan imponiéndose. A veces caemos en el pecado, y entonces pueden incluso surgir sentimientos de desesperación porque simplemente no somos capaces de resistir a las tentaciones.

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“NO SON MUCHOS LOS QUE ME PRESTAN OÍDO”

“Es una alegría para mí hablar contigo. No son muchos los que me prestan oído y con los que puedo dialogar” (Palabra interior).

No pocas veces, nosotros, los hombres, estamos en busca de alguien con quien hablar, alguien que sepa escucharnos y que se interese por nuestras preocupaciones… ¡Cuán felices somos cuando lo encontramos! Esa persona puede fácilmente convertirse en nuestro amigo y confidente. Este anhelo nuestro se hace realidad de forma especial cuando nos dirigimos a nuestro Padre Celestial, de quien podemos estar seguros que nos comprende y siempre tiene tiempo para escucharnos. Entonces el Padre se nos convierte en amigo y confidente.

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