LA DULZURA DE LAS AGUAS SANADORAS

“Saboread la dulzura de estas aguas sanadoras, y cuando hayáis sentido cómo toda su deleitable fuerza se derrama sobre vuestras almas, saciando todas vuestras necesidades, venid y sumergíos en el Océano de mi misericordia, para que en adelante viváis sólo en mí, olvidándoos a vosotros mismos para vivir en mí por toda la eternidad” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

En la última meditación habíamos hablado de la bondad de nuestro Padre Celestial, que se derrama en nuestras almas. En el pasaje que acabamos de escuchar del Mensaje a la Madre Eugenia, se habla de la dulzura de las aguas sanadoras de Dios. Es una dulzura que nuestra alma percibe, aun si nuestro ámbito emocional no la identifica inmediatamente como tal. Pero seremos fortalecidos desde dentro para hacer todo aquello que nos ha sido encomendado, y todas nuestras necesidades quedarán saciadas.

Nuestro Padre nos invita a tener esta experiencia interior que Él ha dispuesto para nosotros. Sólo tenemos que acudir a Él y asimilar su amor. Aunque implique un camino un tanto largo, porque a menudo estamos aún encerrados en nosotros mismos, cada invocación del Nombre del Señor irá derritiendo más y más la capa de hielo que rodea nuestro corazón.

Y entonces el Señor nos extiende la invitación de saborear para siempre la dulzura de su amor y entregarnos por completo a él.

En efecto, al encontrarnos cada vez más profundamente con el amor de nuestro Padre, al ser atraídos por él y al saborear con creciente intensidad su dulzura, nos volveremos capaces de olvidarnos a nosotros mismos. Al fin y al cabo, es este amor el que podremos disfrutar sin reservas en la eternidad como nuestra gran dicha. Para entonces, este amor nos habrá impregnado por completo. Nuestro Padre nos invita a degustar desde ya este amor y a vivir en él.