DEJAR A NUESTRO PADRE EJERCER SU PATERNIDAD

¡No me neguéis esta alegría que deseo gustar en medio de vosotros! Yo os lo devolveré al ciento por uno, y así como vosotros me honraréis, también yo os honraré, preparándoos una gran gloria en mi Reino” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Es tan fácil alegrar a nuestro Padre Celestial y vivir así nosotros mismos en alegría. Además, es lo que corresponde a nuestra destinación más profunda: vivir simplemente como sus amados hijos y abrirle siempre a nuestro Padre las puertas de nuestro corazón, para que pueda entrar y permanecer allí en todo momento.

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EL PEQUEÑO PARAÍSO

“Habiendo comprendido cuál es el lugar de mi reposo, ¿no querréis dármelo? Yo soy vuestro Padre y vuestro Dios… ¿Os atreveríais a negarme esto? ¡Oh! ¡No me hagáis sufrir por vuestra crueldad frente a un Padre que os pide esta única gracia!”(Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

¡Hasta qué punto nuestro Padre se abaja a nosotros! ¿Quién puede permanecer indiferente al escuchar estas palabras? El Padre Celestial, el Creador de todo cuanto existe, no escatima esfuerzos para rescatarnos de nuestro extravío. Él pide nuestro amor, quiere habitar en nosotros y encontrar su reposo en nuestras almas. ¿Por qué? Porque nos ama y quiere concedernos todo lo que nos tiene preparado, y no quiere que nos perdamos.

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LA PAZ PARA NUESTRO PADRE

“Es a través de mi Hijo y del Espíritu Santo que yo vengo a vosotros y en vosotros, y busco en vosotros mi paz” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Cuanto más dialoguemos con nuestro Padre y estemos en contacto vivo con Él, más aprenderemos a comprenderle, porque Dios podrá comunicársenos más profundamente. Recordemos que Jesús mismo les dijo a sus discípulos que aún no podía transmitirles todo, porque todavía no hubieran sido capaces de sobrellevarlo. Entonces les prometió que les enviaría al Espíritu Santo (cf. Jn 16,12-13).

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LA LIBERTAD DEL AMOR 

“Existe un Padre sobre todos los padres, que os ama y que jamás cesará de amaros, siempre y cuando lo queráis” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

El amor de nuestro Padre Celestial está siempre ahí para nosotros y, sin embargo, hay una condición para que pueda entrar en nuestro corazón. Esta condición es nuestro querer y, por tanto, también la disposición a recibirlo y corresponder a él.

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EL CONSUELO CELESTIAL 

“Ya no pasarán hambre, ni tendrán sed, no les agobiará el sol, ni calor alguno, pues el Cordero, que está en medio del trono, será su pastor, que los conducirá a las fuentes de las aguas de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7,16-17).

Todas las penurias terrenales han llegado a su fin para aquellos que dieron testimonio de nuestro Padre y del Cordero, permaneciéndoles fieles hasta la muerte. Ellos recibirán el gran consuelo del Espíritu Santo y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.

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EL ARCA DE SALVACIÓN 

“Entonces vi a otro ángel que subía del oriente, y llevaba el sello de Dios vivo. Con voz fuerte gritó a los cuatro ángeles a los que se les había encargado hacer daño a la tierra y al mar, diciéndoles: ‘¡No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en la frente a los siervos de nuestro Dios!’” (Ap 7,2-3)

Cuando vivimos en estado de gracia, podemos esperar confiadamente el Retorno de nuestro Señor y, en medio de grandes turbulencias, podemos escapar de la “ira de Dios”.

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LA IRA DE DIOS

“Los reyes de la tierra, los magnates y los tribunos, los ricos y los poderosos, todos los hombres, esclavos y libres, se escondieron en las cuevas y en las rocas de los montes. Y les decían a los montes y a las rocas: ‘Precipitaos sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero, porque ha llegado el gran día de su ira, y ¿quién podrá resistir?’”

Este pasaje descrito en el Apocalipsis tiene lugar después de que el Cordero abriera el sexto sello del libro, produciéndose nuevas plagas apocalípticas.

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DIGNO ES EL CORDERO 

“[El Cordero] se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono” (Ap 5,7).

Previo a esta escena, el vidente del Apocalipsis había constatado que nadie, ni en el cielo ni en la tierra, era digno de abrir el libro que estaba en la mano derecha del que estaba sentado en el trono, ni de romper sus sellos (v. 3).

Juan lloraba mucho por esto (v. 4).

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LA ADORACIÓN DEL PADRE 

“Sin descanso repiten día y noche: ‘’Santo, santo, santo es el Señor, el Dios Todopoderoso, el que era, el que es, el que va a venir’” (Ap 4,8). 

Así describe San Juan la adoración de nuestro Padre en su Trono celestial. En la visión apocalíptica, el Apóstol vio veinticuatro ancianos y cuatro vivientes que alababan sin cesar la gloria de Dios.

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