EL SEÑOR ES BUENO

“El Señor es (…) bondadoso en todas sus acciones” (Sal 114,13b); el Señor es el Bueno por excelencia.

Al que se dirigió a Jesús llamándolo “Maestro bueno”, Él le contestó: “Nadie es bueno sino uno solo: Dios” (Mc 10,18).

Del Corazón de Dios brota esta bondad, que es su esencia y quiere darse a conocer a todos los hombres.

En el Mensaje a la Madre Eugenia, nuestro Padre habla de un “Océano de amor” en el que podemos sumergirnos una y otra vez cuando hemos fallado en nuestro camino. Este Océano es el mar de la bondad de Dios, cuya invitación permanece siempre en pie: “Porque, al sumergirse en este Océano, las almas que se han vuelto como gotas amargas a causa del vicio y los pecados, serán lavadas de su amargura en este baño de misericordia. Saldrán de allí mejores, felices de haber aprendido a ser buenas y llenas de amor.”

Las almas son sanadas por la bondad de Dios, que desciende a sus corazones y quiere tocar todo aquello que aún es oscuro y está lejos de Él, todo lo que es contrario a su bondad. Esta invitación cuenta también para aquellos que ya están en el camino de Dios, pero siguen encontrándose una y otra vez con sus propias sombras. Así, sigue diciéndonos el Padre:

“Si vosotros mismos, por ignorancia o por debilidad, recaéis en el estado de una gota amarga, yo sigo siendo un Océano de amor, dispuesto a recibir esta gota amarga, para transformarla en caridad y en bondad, y para hacer de vosotros santos, como lo soy yo, vuestro Padre.”

La bondad de Dios, impregnada de su amor y sabiduría, se nos ofrece día tras día. Nos da la esperanza de que también en nuestra vida pueda crecer esta bondad como un fruto del Espíritu. En efecto, nuestro Padre no sólo quiere que conozcamos su bondad, que esperemos en ella y vivamos de ella. No, Él también quiere que nosotros mismos lo imitemos para volvernos buenos y que todas nuestras acciones sean bondadosas, dando así testimonio de la bondad de Dios como hijos suyos.