La vía sacra

Is 35,1-10

Que se alegren desierto y sequedal, que se regocije y florezca la estepa; que estalle en flores y se regocije, que lance gritos de júbilo. Le va a ser dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Podrá verse la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón inquieto: “¡Sed fuertes, no temáis! Mirad que llega vuestro Dios vengador, Dios que os trae la recompensa; él vendrá y os salvará.

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La paciencia de Dios

2Pe 3,8-14

Hay algo, queridos, que no podéis ignorar: que, para el Señor, un día es como mil años, y mil años, como un día. No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen; lo que ocurre es que tiene paciencia con vosotros, pues no quiere que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión. El Día del Señor llegará como un ladrón. Entonces los cielos se desharán con ruido ensordecedor; los elementos, abrasados, se disolverán; y la tierra y cuanto contiene se consumirá. Puesto que todo esto va a ser consumado así, conviene que, afincados en vuestra santa conducta y en la piedad, esperéis y aceleréis la venida del Día de Dios, el momento en que los cielos se disolverán entre llamas, y los elementos, abrasados, se fundirán.

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EL CONSUELO CELESTIAL 

“Ya no pasarán hambre, ni tendrán sed, no les agobiará el sol, ni calor alguno, pues el Cordero, que está en medio del trono, será su pastor, que los conducirá a las fuentes de las aguas de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7,16-17).

Todas las penurias terrenales han llegado a su fin para aquellos que dieron testimonio de nuestro Padre y del Cordero, permaneciéndoles fieles hasta la muerte. Ellos recibirán el gran consuelo del Espíritu Santo y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.

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Necesitamos buenos pastores y obreros

Mt 9,35–10,1.6-8

En aquel tiempo, Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver tanta gente, sintió compasión de ellos, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.”

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EL ARCA DE SALVACIÓN 

“Entonces vi a otro ángel que subía del oriente, y llevaba el sello de Dios vivo. Con voz fuerte gritó a los cuatro ángeles a los que se les había encargado hacer daño a la tierra y al mar, diciéndoles: ‘¡No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en la frente a los siervos de nuestro Dios!’” (Ap 7,2-3)

Cuando vivimos en estado de gracia, podemos esperar confiadamente el Retorno de nuestro Señor y, en medio de grandes turbulencias, podemos escapar de la “ira de Dios”.

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Destinados a la alabanza de Dios

Conforme a su Sabiduría, el Señor sabe integrar en Sus planes incluso nuestros extravíos, cuando nos entregamos a Él. En una meditación que escribí hace un tiempo sobre los dones del Espíritu Santo (Véase: http://es.elijamission.net/el-don-de-ciencia/), había dicho que el plan para nuestra vida sale a relucir cuando el don de ciencia actúa en nosotros, que es el que nos ayuda a reconocer que sólo en Dios y no en lo creado está nuestro hogar, y nos invita, por tanto, a desprendernos de forma adecuada de todo apego desordenado a lo creado. Entonces podremos notar con mayor claridad qué es lo que Dios tiene pensado para nuestra vida, y asumir así más profundamente nuestra vocación.

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LA IRA DE DIOS

“Los reyes de la tierra, los magnates y los tribunos, los ricos y los poderosos, todos los hombres, esclavos y libres, se escondieron en las cuevas y en las rocas de los montes. Y les decían a los montes y a las rocas: ‘Precipitaos sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero, porque ha llegado el gran día de su ira, y ¿quién podrá resistir?’”

Este pasaje descrito en el Apocalipsis tiene lugar después de que el Cordero abriera el sexto sello del libro, produciéndose nuevas plagas apocalípticas.

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Edificar la casa sobre la confianza en Dios

Mt 7,21-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’ Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’ Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.

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DIGNO ES EL CORDERO 

“[El Cordero] se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono” (Ap 5,7).

Previo a esta escena, el vidente del Apocalipsis había constatado que nadie, ni en el cielo ni en la tierra, era digno de abrir el libro que estaba en la mano derecha del que estaba sentado en el trono, ni de romper sus sellos (v. 3).

Juan lloraba mucho por esto (v. 4).

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