“El amor y la lealtad no te abandonen; átalas a tu cuello, escríbelas en la tablilla de tu corazón” (Prov 3,3).
Las amonestaciones paternales de Dios nos señalan el rumbo. Nunca debemos descuidar el camino de la virtud, y siempre hemos de volver a él si nos hemos desviado aunque sea un ápice. Después de cada derrota hemos de levantarnos de nuevo y retomar el camino. Ésta es la lealtad a la que nos exhorta el Padre Celestial. Recordemos cómo Jesús, en su camino al Calvario, cayó tres veces bajo el peso de la Cruz y –como meditamos en las estaciones del Via-Crucis– volvió a levantarse para consumar la obra que el Padre le había encomendado realizar.