Un poco de tiempo todavía y el que va a venir llegará

Hb 10,32-39

Hermanos: Acordaos de los días primeros, cuando, recién iluminados, tuvisteis que sostener una lucha grande y dolorosa: unas veces sometidos públicamente a calumnias y vejaciones, otras estrechamente unidos a los que así eran tratados, porque compartisteis los sufrimientos de los encarcelados y recibisteis con alegría el robo de vuestros bienes, sabiendo que poseéis un patrimonio mejor y más duradero. 

No renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa. En efecto, todavía ‘un poco de tiempo, muy poco’, ‘y el que va a venir llegará y no tardará’; ‘pero mi justo vivirá de fe’; ‘y si se volviera atrás’, ‘mi alma no se complacerá en él’. Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás para su perdición, sino de los que tienen fe para la salvación del alma.

¡El seguimiento de Cristo no estará exento de sufrimiento! El Señor mismo sufrió y lo mismo sucederá con sus discípulos. Él nos lo dejó en claro, y también nos dio a entender la razón última de este sufrimiento: “La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,19).

Lamentablemente el mundo que se ha alejado de Dios no suele alegrarse ante la venida del Mesías. Por una parte, este Mesías revela la Misericordia de Dios y ofrece a los hombres el perdón de sus pecados; pero, por otra parte, también anuncia inequívocamente la autoridad de Dios.

Y este último aspecto es el que de ninguna manera quieren aceptar aquellos poderes que se han rebelado contra Dios. No quieren que se les recuerde que su poder actual es sólo temporal y que todos tendrán que comparecer ante el juicio de Dios. Así, surge por parte de ellos la enemistad contra Dios, en la que también quedan envueltas las personas que permanecen sumidas en las tinieblas.

Con este trasfondo, podemos comprender mejor las duras batallas que soportaron los hermanos mencionados hoy en la Carta a los Hebreos. Ellos soportaron múltiples combates y sufrimientos y fueron expuestos públicamente a calumnias y vejaciones. Incluso les robaron sus bienes, y lo aceptaron gozosos.

¿Cómo debemos afrontar tales situaciones que pueden sobrevenirnos a los cristianos? Aquí es donde entra en juego la aplicación concreta de la fe: los cristianos sabemos que toda posesión terrenal es sólo pasajera, que no podemos aferrarnos a ella, que sólo ofrece una seguridad ilusoria, que cualquier día puede esfumarse…

Tal visión nos permite enfocarnos en los bienes eternos y esperar sólo de ellos la perennidad y la plenitud. Esto no significa, de ningún modo, que haya que ser descuidados en el manejo de los bienes materiales ni mucho menos que no se los deba poner al servicio de los demás. Antes bien, quiere decir que no se debe atar el corazón a las cosas pasajeras. Si existe tal libertad, no será tan difícil superar una pérdida material, o incluso se puede llegar al punto de aceptarla gozosos, como se afirma en el texto de hoy.

Evidentemente esto sólo puede suceder si se tiene los ojos fijos en los bienes eternos y se afronta el robo o la pérdida de los bienes desde esta perspectiva.

Un consejo más nos da el texto de hoy: “Os hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa. En efecto, todavía un poco de tiempo, muy poco, y el que va a venir llegará y no tardará.”

La constancia y la perseverancia son valores de gran importancia en el camino de seguimiento de Cristo. Pero tampoco podemos adquirirlos por nuestras propias fuerzas, sino sólo teniendo la mirada fija en Aquél que viene y no tardará. Así, el corazón queda anclado en el Señor, que ha de volver al Final de los Tiempos.

Recordemos aquellas palabras del Apóstol San Pedro: “El Señor no se demora en cumplir su promesa, como algunos dicen, sino que es generoso con vosotros, y no quiere que se pierdan algunos, sino que todos lleguen a la conversión” (2Pe 3,9).

¡Estamos llamados a mantenernos firmes en este mundo! No podemos huir del combate que nos ha sido encomendado. Aunque queramos evadirlo, no será posible. Ciertamente no debemos buscar las batallas ni las cruces, pero tampoco podemos retroceder cuando es tiempo de combatir. En la fe, podremos resistir y así salvar nuestras almas.

Así, el Señor nos enseña hoy tres aspectos:

  • No atar nuestro corazón a las cosas de este mundo.
  • Adquirir la perseverancia teniendo la mirada puesta en el fin.
  • No retroceder ante el combate que nos ha sido encomendado.

¡Todo esto podremos lograrlo en la fe!

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