“En la medida en que el amor crece en ti, crece también tu belleza. Porque el amor es la belleza del alma” (San Agustín de Hipona).
La verdadera belleza de una persona brota de la íntima unión con su Padre Celestial. Cuando estamos llenos de su amor, nuestros ojos brillan y nuestro corazón se regocija. ¡Qué fría es, en cambio, una belleza meramente exterior cuando no procede del amor que calienta el corazón! ¡Con qué facilidad se convierte incluso en una máscara, cuando el Padre no puede morar en el corazón con su gracia santificante!