La sencillez del evangelio

1 Cor 2,1-5

Hermanos, cuando yo vine a vosotros, no vine a anunciaros el misterio de Dios con elocuencia o sabiduría sublimes, pues no me he preciado de saber otra cosa entre vosotros sino a Jesucristo, y a éste, crucificado.

Y me he presentado ante vosotros débil, y con temor y mucho temblor, y mi mensaje y mi predicación no se han basado en palabras persuasivas de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y del poder, para que vuestra fe no se fundamente en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios.

El evangelio, es decir, el anuncio de la Redención en Jesucristo, es y será siempre un mensaje sencillo. Aunque se han escrito una enorme cantidad de libros y se ha reflexionado tanto acerca de él, el Evangelio en su núcleo permanece siempre sencillo. San Pablo, aun siendo él mismo un hombre erudito, está bien consciente de ello. Cuando escuchamos un elocuente discurso, fácilmente nos dejamos impresionar y nos maravillamos ante el conocimiento del orador. A veces llegamos incluso a sentirnos inferiores a él.

Pero esta elocuencia humana no posee aquella fuerza con la que San Pablo quiere anunciar la Palabra de Dios. En el centro de su mensaje pone al Crucificado, quien nos dio la prueba de su infinito amor por nosotros y por el Padre al dar la vida por nosotros, pagando el precio de nuestros pecados. Si lo creemos y colocamos esta verdad en el centro de nuestra vida, entonces se manifiesta la fuerza de Dios, porque hemos llegado al punto central del mensaje. Aun las almas más sencillas pueden entenderlo, y no hace falta un gran conocimiento intelectual, que podría incluso convertirse en un obstáculo.

Pablo, según él mismo lo dice, se presentó débil, con temor y mucho temblor. No se mostraba radiante, victorioso y superior a aquellos a quienes anunciaba la Cruz. Y esta su debilidad incluso pudo haber contribuido a que el mensaje que él traía estuviera en primer plano, por delante del portador.

Este es un aspecto fundamental que hemos de tomar en cuenta para la misión que nos ha sido confiada y para nuestro testimonio. Pero también debemos tenerlo presente cuando nos encontramos frente a otros predicadores. ¡El anuncio del evangelio siempre debe volver al núcleo de la fe, y a partir de ahí se despliega todo lo demás! Si nosotros creemos es porque Dios ha despertado en nosotros la fe. Ciertamente se puede valer también de un predicador o de otra persona que está llena de Él (y este es el camino normal), pero siempre debe quedar en evidencia que es Dios quien hace la obra. Pues sólo sobre Él podemos edificar nuestra vida; ¡todo lo demás se desvanece!

En nuestro camino de seguimiento de Cristo experimentaremos una y otra vez que las falsas seguridades que nos creamos y sobre las que nos apoyamos se desmoronan. Esto lo hace o lo permite el Señor, para centrar nuestra mirada hacia Él y para que reconozcamos la fugacidad de todo lo creado. Dios quiere que realmente pongamos nuestra seguridad sólo en Él, pues sólo Él permanece. Por eso Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35).

Es importante que interioricemos esto, pues no podemos edificar nuestra fe y nuestra seguridad sobre personas que hoy están y mañana quizá ya no. Ellas pueden ser guías en nuestro camino; pueden ser una luz y una ayuda, pero sólo en Dios podemos abandonarnos del todo. Las personas se pueden equivocar, pueden cambiar de opinión y tambalear, pueden ceder a las tentaciones… ¡A Dios, en cambio, nada de esto puede sucederle!

Desde este trasfondo, entendemos por qué San Pablo pone tanto énfasis en ello. Además, él también tuvo que ver cómo las comunidades que guiaba, se dejaban impresionar fácilmente por personas que les traían un mensaje diferente y terminaban apartándolas de Cristo.

Las personas tendemos a dejarnos llevar por la fascinación. Esto sucede incluso en el ámbito cristiano. Y cuando nos dejamos llevar por la fascinación, nos apegamos a la persona y no a Dios; nos impresiona más la persona que la fuerza de Dios.

San Pablo está consciente de todo esto. Por eso él, quien más que nadie recibió el encargo de anunciar el evangelio, se coloca por detrás del misterio de la Cruz, para que las personas puedan encontrarse verdaderamente con Dios.

¡Esta observación es importante para todos aquellos que están al servicio del evangelio!

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