“ENVÍA LA SABIDURÍA DESDE TU TRONO DE GLORIA”

“Mándala [la sabiduría] de tus santos cielos y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato” (Sab 9,10).

Día a día deberíamos hacer nuestra esta oración de Salomón, para poder reconocer mejor lo que agrada a Dios.

La sabiduría nos revela su Voluntad y nos la hace apetecible. De hecho, Jesús nos dice que su alimento es hacer la Voluntad del Padre (Jn 4,34), y éste será siempre un buen alimento, aun cuando Él permite que nos sobrevengan sufrimientos y persecuciones. Es esta sabiduría la que nos impulsa a adherir nuestra voluntad a la de Dios, y no sólo hace que el sufrimiento sea llevadero, sino que le confiere un profundo sentido. Quien haya atravesado la escuela del sufrimiento sostenido por la gracia de Dios, ya no querrá perderse de sus frutos. Así, incluso el amargo alimento del sufrimiento se torna sabroso para él. ¡Esta es la obra del Padre!

El Padre, junto con el Hijo, nos envía desde los cielos al Espíritu Santo, al Señor de los ángeles, para que nos acompañe a lo largo de nuestra vida terrena y nos asista en nuestros trabajos.

El Espíritu Santo es nuestro Amigo y Maestro divino. A diferencia de los ángeles, Él no comparte con nosotros la condición de creatura, sino que posee la naturaleza divina. Nada está escondido ante Él; todo lo atraviesa con su luz; nos colma de sus dones y nos asiste en nuestros trabajos, compartiendo todas nuestras fatigas.

El Paráclito es el don insondable del Padre y del Hijo, que no nos dejan huérfanos (Jn 14,18) y nos conceden todo lo necesario para culminar nuestra peregrinación por este mundo y llegar a salvo a la meta. El Espíritu Santo nos enseña cuál es la Voluntad del Padre Celestial. Teniéndolo como guía, no nos extraviaremos, pues Él nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26).