“Si digo: ‘que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí, ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día” (Sal 138,8).
No hay nada que no pueda ser iluminado por la luz de Dios.
El silencioso sábado que precede a la Pascua está marcado por el descenso del Crucificado al reino de la muerte, para llevar la Redención a aquellos que aún no viven a plenitud en la luz de Dios; aquellos que aún tuvieron que esperar hasta que el Redentor viniese a ellos.