“No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda.” (Sal 138,4)
Desde que los pensamientos surgen en nuestro interior hasta que los pronunciamos con las palabras, aún nos queda un camino que nos permite refrenarlos, de modo que no salga de nuestros labios palabra alguna que pudiese desagradar a nuestro Padre.