“TÚ VAS CONMIGO”

“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo; tu vara y tu callado me sosiegan” (Sal 23,4).

¿Quién no ha atravesado cañadas oscuras en la vida? ¿Quién no percibe los abundantes peligros que nos rodean?  Muchas veces incluso están presentes en nuestro interior e intentan devorarnos. Pero también la vida en este mundo habla de la oscuridad del alejamiento de Dios.

Sin embargo, Dios nos conduce a través del tiempo y depende de nosotros si caminamos de su mano y con la mirada en alto, puesta en Él; o si nos dejamos engullir y confundir por las cañadas oscuras. Si elevamos nuestros ojos a Él, veremos que en todos nuestros caminos está presente y nos guía. Entonces las desgracias y los miedos ya no podrán paralizarnos, sino que la presencia de Dios nos dará sosiego.

“Nada temo porque Tú vas conmigo.”

Con estas palabras, el salmista expresa la maravillosa realidad sobrenatural en la que vivimos y debemos vivir. Para nuestro Padre es lo más natural estar junto a los hombres y guiarlos a lo largo de su vida terrenal.

“Porque Tú vas conmigo”.

Entonces ya no buscamos nuestra seguridad en las cosas pasajeras de la vida ni en las otras personas. Antes bien, la encontramos en el amor de nuestro Padre, que nos hace capaces de ponernos en marcha. ¿Qué podrá pasarnos si Dios está con nosotros? “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8,31)

“Porque Tú vas conmigo” 

Nuestro Padre siempre estuvo y siempre estará conmigo.

“Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía; antes que nacieses, te había consagrado” (Jer 1,5).

“Porque Tú vas conmigo”.

Y esto nos bastará, si esta dichosa certeza se asienta en lo más profundo de nuestro ser y vivimos en ella. ¡Las promesas de nuestro Padre permanecen siempre vigentes!