NUESTRO PADRE ES BUENO EN SÍ MISMO

“Todo lo bueno que otros hagan, impulsados por nosotros, aumentará el esplendor de nuestra gloria en el cielo” (San Juan Bosco).

Esta frase encaja muy bien en nuestras reflexiones diarias sobre Dios Padre, y podemos situarlas en contexto con el Mensaje del Padre, en el cual Él nos pide que transmitamos a los hombres un conocimiento más profundo de Dios. ¡Cuánto aumentará el esplendor de nuestra gloria si otras personas, impulsadas por nosotros, empiezan a volverse nuevamente al Padre y a alabarle!

Un proverbio judío dice: “Quien salva a una sola persona, salva al mundo entero”. Es un gran misterio del amor el hecho de que, al hacer el bien, podamos cooperar día a día en la expansión del Reino de Dios y, al mismo tiempo, atesorar tesoros en el cielo (Mt 6,20).

El camino es muy sencillo: simplemente hemos de confiar en el Padre y aprovechar las oportunidades que se nos presentan en nuestro camino para hacer el bien, estando atentos también a las nuevas ocasiones que podamos descubrir. También debemos pedirle siempre al Espíritu Santo que despierte en nosotros el fervor de hacer el bien. Y si hacemos el bien y nos entregamos a él, constataremos cuán ciertas son estas palabras de Gilbert Chesterton: “Ser bueno es una aventura mucho más tremenda y audaz que dar la vuelta al mundo en un navío.”

En efecto, “ser buenos” significa entregarse totalmente a Aquél que es bueno en Sí mismo, dejando a un lado toda reserva y no viviendo ya para uno mismo.  Y éste que es bueno en Sí mismo es Dios, tal como Jesús nos dice: “Nadie es bueno sino uno solo: Dios” (Mc 10,18).

Si Aquél que es bueno en sí mismo nos impregna con su amor, éste contagiará a través nuestro a los que lo buscan y calentará a los que aún viven en el frío. Le hablará a la otra persona, invitándola a su vez a hacer el bien. Y si ella, movida por nuestro ejemplo, lo hace, entonces –como dice Don Bosco– aumentará el esplendor de nuestra gloria en el cielo y también la alabanza de Dios entre los hombres.