“ME SIENTO TRANQUILO”

“Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo” (Sal 26,3).

Esta actitud de tranquilidad es distinta a un optimismo meramente humano. Éste último radica en la naturaleza del hombre; mientras que la tranquilidad de la que aquí se habla resulta de haber depositado toda la confianza  en el Señor, que a su debido tiempo pone fin a las guerras y protege a los suyos.

La confianza tiene un carácter vencedor. Aun en medio de la guerra y la miseria, atisba ya la victoria, que sin duda llegará. El hombre de fe no se deja perturbar por el encarnizamiento de la lucha ni por la aparente imposibilidad de una situación hasta el punto de perder la esperanza.

Esta confianza nos une íntimamente con el Padre, quien se complace sobremanera en que confiemos en Él en las situaciones más difíciles. En cierto modo, nuestro Padre podría sentirse orgulloso de nosotros si nos aferramos a Él y aguardamos firmemente su intervención. Aunque desde nuestro punto de vista parezca tardarse, la confianza permanece inmutablemente puesta en Dios. El Señor conducirá los acontecimientos, el Señor juzgará las situaciones, el Señor llevará todo a buen término.

Sin duda, es nuestro Padre mismo quien hace surgir en nosotros esta actitud de confianza. No es algo que puede lograrse en primera instancia con la voluntad; sino que es un fruto de la fe, a la que luego nos adherimos con la voluntad. La confianza no se deja derrotar. Cimentada en el Señor, es invencible. Ella deja atrás sus limitaciones naturales y se apoya enteramente en el Señor. ¿Cómo podría el Padre sustraerse de tal confianza?