LAS BUENAS OBRAS QUE DIOS DISPUSO QUE PRACTICÁRAMOS 

“Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús, para hacer las buenas obras, que de antemano dispuso Dios que practicáramos” (Ef 2,10).

El Padre ha preparado todo para nosotros. Así, no se trata primordialmente de hacer realidad nuestras propias ideas en nuestra vida. En efecto, éstas son limitadas e incontables, se alinean una tras la otra sin señalarnos realmente el camino a seguir.

Se trata más bien de llegar a ser aquello que somos a los ojos de Dios. Cada persona es un misterio de amor de Dios y Él la ha dotado de ricos dones. En el amor del Padre podemos descubrir cada vez más profundamente este misterio, de modo que éste puede desplegarse y convertirse en un gran regalo para Dios y para los hombres. ¡Esto es exactamente lo que Dios quiere!

¡Cuánta luz pueden irradiar las personas que recorren el camino de la santidad y llevan a cabo las buenas obras que “de antemano dispuso Dios que practicaran”! Ellas han encontrado la “santa pista” a seguir, y cada obra que realizan es una bendición para este mundo. Se han convertido en “luz del mundo” (Mt 5,14) y otras personas podrán tomarlas como modelo. ¡Es la luz del Padre mismo la que brilla en ellas! Se dejan guiar por el Espíritu Santo y siguen sus mociones. Así, sus obras no sólo tienen un limitado valor terrenal; sino uno sobrenatural, de modo que se convierten en obras que cuentan para la eternidad, en las obras dispuestas por Dios y que, al realizarlas, traen profunda paz al alma.

Además, al practicar las buenas obras que “de antemano dispuso Dios que practicáramos”, se acrecienta nuestro amor a Dios Padre. Nos llenaremos de asombro al ver todo lo que Él nos confía. Nos sorprenderá experimentar cómo cada una de estas obras –por muy extensas que sean– nos fortalece y robustece por dentro. Y más aún: se nos volverá cada vez más natural vivir en la Voluntad de Dios y estar en casa en ella. Así, también encontraremos cada vez más profundamente nuestra identidad.

En Cristo Jesús, Dios nos ha llamado a hacer estas buenas obras. Al practicarlas, vivimos de acuerdo al designio que desde antaño el Corazón del Padre proyectó para nuestra vida. Por gracia de Dios, habremos hallado la “santa pista” a seguir. Si continuamos en la senda que ella nos señala, podremos reconocer y experimentar las extraordinarias maravillas de la divina providencia.