LA ALEGRÍA DEL PADRE

“He disipado como niebla tus transgresiones, como nube tus pecados. ¡Vuélvete a mí, pues te he redimido!” (Is 44,22).

Esto es lo que podemos esperar especialmente en el Tiempo de Cuaresma que ha iniciado, porque nuestro Padre cumple sus promesas.

Él responde a la fealdad del pecado con la profundidad y belleza de su amor; al alejamiento del hombre, con su venida a este mundo; al extravío de la humanidad, con la búsqueda del Buen Pastor (cf. Jn 10,11).

¡Qué gran alegría es para el Padre y para el cielo entero cuando un “hijo pródigo” se convierte (cf. Lc 15,7)! Sabemos que Dios sale en su busca y clama: “¿Cuándo vendrás? ¿Dónde te has perdido? ¿Por qué te dejas engañar por los demonios?” Y si el hombre, aun si fuese al final de su vida, invoca el nombre del Padre aunque sea una sola vez, el Padre no le dejará perecer, sino que lo redimirá por medio de su amado Hijo. ¡Qué alegría!

Pero el Padre no sólo se alegra por aquellos a quienes aún puede rescatar de la oscuridad eterna. En el Mensaje a la Madre Eugenia nos dice: “En cuanto a las almas que viven en justicia y en la gracia santificante, mi felicidad está en morar en ellas.”

Ahora, si considero estos dos motivos de alegría para el Padre, pienso lo siguiente: Qué causa de alegría puedo ser para Él si, por un lado, me esfuerzo por permanecer en estado de gracia y, por otro, salgo junto a Él en busca de los “hijos pródigos” y les digo a los extraviados que Dios disipa todos los pecados como nube y la niebla se disuelve.

¡Ciertamente eso le alegrará al Padre, y también a mí mismo, al poder darle esta alegría!

Los hombres han de saber que deben volverse al Padre y recibir así la Redención. Y han de saber que Dios les espera día tras día, hora tras hora, siempre como un amoroso Padre que quiere colmarnos de su amor.

Si tan solo los hombres lo supieran…