El verdadero combate

Col 3,1-11

Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él. Por tanto, dad muerte a todo lo terreno que haya en vosotros: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la ira de Dios sobre los rebeldes.

También vosotros practicasteis eso en otro tiempo, y vivisteis de otro modo. Mas ahora, desechad todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y obscenidades; ni lo mencionéis siquiera. No os mintáis unos a otros, pues os habéis despojado del hombre viejo, con todas sus obras, y os habéis revestido del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto según la imagen de su Creador. Para Él no hay griego o judío; circuncisión o incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo o libre, pues Cristo es todo y está en todos.

Las palabras que hoy nos dirige el Apóstol San Pablo probablemente no serían muy populares en estos tiempos; sin embargo, no han perdido importancia. Se trata de un serio seguimiento del Señor, que implica una ascesis apropiada. Sin ésta, difícilmente se podrá ir en pos de Él. El Señor nos ha encomendado el combate en diversos ámbitos, y uno de ellos consiste en no ceder a las apetencias de la carne y en refrenarlas.

Es una tragedia cuando el hombre simplemente se entrega a sus pasiones desordenadas. La lujuria es un pecado que nos separa de Dios. Sus consecuencias son múltiples, porque hace que el hombre pierda su libertad interior y su dignidad, y puede volverse inconstante. Cuanto más se entregue a esta inclinación, tanto más se deja esclavizar por ella.

Es una falsa solución relativizar la impureza y pretender normalizarla como parte de la vida. De esta manera, estaríamos capitulando ante el pecado y habríamos perdido de antemano el combate que nos ha sido encomendado.

La situación es distinta cuando alguien intenta seriamente luchar contra su inclinación a la sexualidad desordenada y se esfuerza por obtener la pureza. Dios conoce bien la debilidad del hombre y, cuando haya caído y sufrido una derrota, Él saldrá una y otra vez a su encuentro con su misericordia. Puede tratarse de un largo y encarnizado combate, porque las seducciones son muchas… ¡Pero el Señor sabrá valorar y recompensar esta lucha! No obstante, Él no podrá hacerlo si nosotros mismos ni siquiera nos esforzamos por entablar la lucha, o si nos damos por vencidos a la primera.

Lo mismo que hemos dicho con respecto a la lujuria se aplica también para todos los otros vicios y pecados mencionados por San Pablo. Todos ellos no corresponden al orden espiritual del seguimiento del Señor y son ajenos a una vida que ha vuelto a nacer del Espíritu de Dios. Cada vez que las “obras de la carne” hayan encontrado cabida en nosotros, debemos apartarnos decididamente de ellas, ofreciéndoles resistencia a través de la oración, la recepción de los sacramentos y el esfuerzo constante por adquirir las virtudes.

Los cristianos de Colosas, provenientes del paganismo, cargaban el peso de su vida pasada, alejada del Señor. Ahora, con la gracia de Dios, había empezado para ellos una nueva vida. Pero esta vida nueva que les había sido infundida no produce “automáticamente” las virtudes que le son propias; sino que exige la cooperación de la persona.

Tomemos como ejemplo el anhelo por adquirir la virtud de la pureza. El hecho de que su belleza nos atraiga no significa que ya la poseamos. Es como pregustar la gracia, un llamado, una atracción del Espíritu. Si seguimos esta invitación, entonces ya no toleraremos en nosotros acciones, pensamientos o deseos impuros; ni palabras vulgares u obscenidades; antes bien, trataremos de despojarnos de todo ello. Para lograrlo, tendremos que evitar películas impuras, páginas de internet peligrosas, etc. Es aquí donde debemos aplicar la así llamada “segunda libertad”…

Al hablar de la “segunda libertad” nos referimos a que no es suficiente con tener la buena voluntad a nivel general, y decidirse, en este caso, por la pureza; sino que, además, hay que tomar las medidas necesarias para sostener esta decisión. Estas medidas serían, por ejemplo, evitar ciertas películas, bloquear determinadas páginas de internet que nos pongan en peligro, etc. En este contexto, es bueno que nos conozcamos a nosotros mismos y que no nos hagamos ilusiones respecto a nuestras debilidades.

Ser “hombres nuevos”, que aspiran a las cosas del cielo, es un gran regalo de Dios, que no hemos merecido; sino que nos ha sido dado por pura gracia. Y ahora estamos llamados a cooperar con esta gracia, para apropiarnos del don que nos ha sido concedido.

Dios permite que tengamos que luchar con el “hombre viejo”, porque, con su ayuda, podremos así reconquistar nuestra verdadera libertad y dignidad, y dejar de ser prisioneros de nuestras pasiones y apetencias desordenadas. Así, seremos renovados a imagen del Creador, para que lleguemos a ser lo que realmente somos conforme al plan de Dios. Es el Espíritu Santo quien realiza esta magnífica obra en nosotros, y si día a día le obedecemos, la imagen de Dios podrá restaurarse cada vez más en nuestro interior. Él también nos dará la fuerza para no simplemente consentir a todo lo que deforma y distorsiona esta maravillosa imagen; sino para defendernos de ello y librar el noble combate.

Pero todo esto no será posible si no aspiramos seriamente a la santidad, sin la cual nadie puede ver a Dios. Sin esta decisión de seguir el llamado de Dios, tampoco tendremos la suficiente determinación para emprender la lucha necesaria. Por eso, tengamos cuidado cuando se nos ofrezca un seguimiento de Cristo demasiado barato…

NOTA: Para profundizar el tema de la ascesis como lucha contra nuestras pasiones desordenadas, os recomendamos escuchar la siguiente conferencia:

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