“RESTÁURANOS”

“Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (Sal 79,8).

Es el Pueblo de Israel el que profiere esta plegaria, implorando al Señor que cambie su suerte. Atraviesa gran aflicción, porque una y otra vez se ha apartado de Dios y le ha sido infiel, y nuestro Padre le ha permitido sentir las consecuencias: “Nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos, nuestros enemigos se burlan de nosotros” (v. 7).

Sin embargo –y éste es el punto crucial– Israel apela a la misericordia de Dios:

“Dios de los ejércitos, vuélvete (…): ven a visitar tu viña” (v. 15-16). 

¿Qué sucedería si también los otros pueblos se volviesen a Dios? ¿Qué sucedería si las naciones y sus representantes se postraran ante el Señor, pidiéndole perdón por todos sus errores y pecados y suplicándole: “Dios de los ejércitos, restáuranos”?

¡Todo podría cambiar! Quedaría marcado un nuevo comienzo y el Espíritu del Señor volvería a iluminar a los hombres. Entonces podría hacerse realidad el sueño de Eduardo Verástegui, candidato a la presidencia de la República de México:

“Sueño con un México que permita que Dios sea el centro de nuestra nación.”

Pero no hace falta esperar para ver si se cumple este gran sueño; sino que, desde ya, podemos en lo escondido pedir perdón a Dios por las transgresiones cometidas en el mundo y en la Iglesia, y ofrecerle nuestro amor y fidelidad en reparación. Nuestro Padre lo aceptará complacido. De hecho, en virtud de la sangre de su Hijo, Él perdona los pecados de los hombres, si éstos se arrepienten y convierten sinceramente.

Si Dios permite ciertas plagas, al mismo tiempo se vale de ellas para hacer un llamado urgente a la conversión. Pero es necesario cobrar consciencia de cuán errados son muchos de los rumbos emprendidos hoy en día por la humanidad, para apartarse de ellos y exclamar: “No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre” (v. 19).