“PEDID A MI HIJO”

“Pedid a mi Hijo que os haga reconocer cada vez más cuán misericordioso y bondadoso soy con vosotros” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

¿Qué podría agradar más a nuestro Señor que cumplir tal petición? En efecto, el gran deseo de su Corazón es que su amado Padre sea conocido. Por ello, Jesús se apresurará a atender esta plegaria.

En efecto, la misericordia de nuestro Padre es inconmensurable. Para captarla, precisamos una luz de otro nivel a la de nuestro entendimiento natural. El esplendor y la bondad de la verdadera misericordia no deben confundirse con una falsa misericordia, que ya no se toma suficientemente en serio los santos mandamientos de Dios y pretende absolver a la persona de todas sus culpas aun antes de que ella se haya arrepentido y puesto su vida en orden ante Dios. Esto es precisamente a lo que Él, en su misericordia, nos invita: a contemplar su luz, a despojarnos de toda oscuridad y a vivir como verdaderos hijos suyos.

Es un gran don el poder reconocer cada vez mejor la misericordia y bondad de nuestro Padre. Entonces, nuestro entendimiento se ilumina, la capa de hielo que rodea nuestro corazón se derrite y nuestra alma empieza a calentarse con el “fuego de la Ley del amor”.

Si nuestro Padre nos invita aquí a dirigirnos a su Hijo para pedirle la gracia de reconocer más profundamente su bondad, apela tanto a nuestro amor por Jesús como al suyo.

En mi camino hacia la Iglesia Católica, le pedí en una ocasión a Jesús que me hiciera comprender su amor por su madre. La respuesta fue que precisamente un 15 de agosto (Fiesta de la Asunción de María al cielo) me convertí al catolicismo.

¿Qué sucederá cuando, siguiendo la invitación del Padre, me dirija a Jesús para pedirle el favor de hacerme entender más profundamente la bondad y la misericordia de Dios? Desde ya me alegro por la respuesta…