EL TIEMPO ES ORO

“El tiempo es oro. Aprovéchalo a plenitud” (Palabra interior).

Nuestro Padre Celestial nos ha encomendado el breve tiempo de nuestra vida terrena para que lo empleemos alabándolo y sirviéndole como verdaderos hijos. Aunque “nuestros años se acaban como un suspiro” (Sal 89,9), son tiempo suficiente para atesorar tesoros imperecederos en el cielo (Mt 6,20). El grado de cercanía que tengamos con nuestro Padre en la eternidad dependerá también de qué tanto respondamos a su amor y trabajemos en su Reino durante esta vida.

El Padre nos confía talentos, ya sean muchos o uno solo (cf. Mt 25,14-30); pero depende de nosotros cómo los usemos y hagamos fructificar. No tiene sentido quejarnos de que, aparentemente, hemos recibido sólo pocos talentos. Lo que sí tiene sentido y cuenta es que aquello que hayamos recibido de nuestro Padre lo multipliquemos hasta que se convierta en un gran tesoro, con el que podamos mostrarle nuestro amor y gratitud y servir a los hombres.

La prudencia cristiana significa estar muy atentos a las diversas oportunidades que el Padre, en su bondad, nos ofrece, aprovechándolas de tal manera que den el mayor fruto posible. Aquí puede servirnos el impulso de hoy: “El tiempo es oro. Aprovéchalo a plenitud.”

Así, cada instante de nuestra vida se nos convierte en una bondadosa invitación del Padre a “hacer buen uso del tiempo”, como nos exhorta el Apóstol de los Gentiles (Ef 5,16). El tiempo se torna un valioso “kairós” de la gracia y nos permite despertar plenamente al HOY y al AHORA. Esto implica también dejar atrás cosas inútiles y sin sentido, para poder aprovechar plenamente el tiempo, en lugar de malgastarlo.

La fecundidad de nuestra vida no tiene que ver sólo con las obras visibles que realicemos. Cada oración en lo secreto, cada cruz que carguemos, cada pequeño gesto de amor, cada negación de nosotros mismos por causa del Señor, cada acto humilde de someternos confiadamente a la guía de Dios; en fin, cada oportunidad que se nos presente en el camino de la santidad es una invitación invaluable del amor de nuestro Padre Celestial para que el tiempo de nuestra vida terrena sea lo más fructífero posible.

¡Dios mismo será nuestra recompensa!