HACERSE TODO PARA TODOS

“Me hago pequeño con los pequeños; mediano con los de mediana edad; me hago semejante a los ancianos, para que todos entiendan lo que quiero decirles para su santificación y para mi gloria” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Este pasaje del Mensaje del Padre nos recuerda a las palabras de San Pablo: “Me he hecho todo a todos para salvar a algunos al precio que sea” (1Cor 9,22b).

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Para la gloria de Dios

Ef 3,14-19

Lectura correspondiente a la memoria de San Juan Eudes

Así que doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toca familia en el cielo y en la tierra, para que, en virtud de su gloriosa riqueza, os conceda fortaleza interior mediante la acción de su Espíritu, y haga que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. Y que de este modo, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conozcáis el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. Y que así os llenéis de toda la plenitud de Dios.

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GRANDIOSA SENCILLEZ

“Conozco vuestras necesidades, vuestros deseos y todo lo que hay en vosotros. Pero ¡cuán feliz y agradecido estaría al veros venir a mí, confiándome vuestras necesidades, así como lo hace un niño que tiene plena confianza en su padre! ¿Cómo podría negaros algo, sea de mínima o de gran importancia, si me lo pidierais?” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

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Flavia Elena Augusta

La meditación de hoy queremos dedicársela a Santa Elena, Emperatriz y madre del Emperador Constantino. El 18 de agosto es considerado el día de su muerte, por lo que en esta fecha suele celebrarse su memoria en la Iglesia Católica.

En lugar de tomar una lectura bíblica, iniciaremos esta meditación con unas palabras del cántico del Magníficat:

El Señor “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1,52).

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GRATITUD INFINITA

“Cuando constaté que ni los patriarcas, ni los profetas habían podido darme a conocer y hacerme amar entre los hombres, decidí venir Yo mismo” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Un profundo dolor y, al mismo tiempo, una inmensa gratitud puede invadir nuestro corazón al escuchar estas palabras. Un profundo dolor porque a los hombres nos resulta tan difícil entender el lenguaje de Dios. Ni siquiera la presencia de los patriarcas y el mensaje de los profetas pudo tocar suficientemente los corazones. De hecho, sabemos cuál fue el destino de los profetas. El dolor se intensifica aún más cuando consideramos lo que hicieron los hombres con el mismo Hijo de Dios.

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La gracia del perdón

Mt 18,21-35

En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?” Le respondió Jesús: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el Reino de los cielos es semejante a un rey, que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

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LA CONSTANTE PRESENCIA DEL PADRE 

“Pensad que no vivís solos; sino que un Padre que está por encima de todos los padres vive cerca de vosotros; más aún, vive en vosotros, piensa en vosotros y os invita a participar de los incomprensibles privilegios de su amor” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Nuestro Padre exhorta a todos los hombres a pensar en Él. Estas palabras suyas nos recuerdan a la exhortación que San Benito dirigía a sus monjes, llamándoles a hacerlo todo bajo la presencia de Dios.

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La corrección fraterna

Mt 18,15-20

Jesús dijo a sus discípulos: “Si tu hermano llega a pecar, ve y corrígele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si también desoye a la comunidad, considéralo como al pagano y al publicano.

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OJOS ABIERTOS 

“Cuanto contemplo con ojos abiertos lo que Tú, mi Dios, has creado, poseo ya aquí el cielo” (Santa Hildegarda de Bingen).

Necesitamos ojos que ven y oídos que escuchan (Mt 13,16). Una vez que éstos se abren, empezamos a contemplar la gloria de Dios. Descubrimos por doquier el amor del Padre en acción, ya sea para darnos a conocer directamente su amor, ya sea para colmarnos en sobreabundancia con su belleza, ya sea para curar lo enfermo, apartar de nosotros el mal e impulsarnos a hacer todo el bien infinito que el infinitamente Bueno dispuso que hiciéramos.

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MEDITACIONES MARIANAS (3/3) María: Esposa del Espíritu Santo

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Amada Virgen: ¡Cuántas manifestaciones del amor resplandecen en ti!

En relación con el Padre, te vemos como una amorosa hija; para el Hijo eres madre y discípula; al Espíritu Santo te une un amor esponsal.

Si ya aquí, en nuestra realidad terrenal, nos conmueve el tierno amor de una esposa humana, y podemos observar cómo ella florece y le dirige todo su corazón y su atención a su esposo, ¡cuánto más sucede así contigo, siendo así que tu Esposo es el Espíritu Santo mismo!

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