Cuando empezamos a dar gracias de corazón a nuestro Padre, nos adentramos cada vez más profundamente en la realidad de nuestra existencia. Vamos descubriendo más y más cuánto nos ha dado. Todo lo que a menudo damos por sentado, se nos convierte desde esta perspectiva en un motivo para agradecer incesante y alegremente al Padre, y nos permite crecer en la consciencia de su amor por nosotros.
En la Carta a los Colosenses, San Pablo exhorta a dar gracias con alegría: “Dad con alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de participar en la luminosa herencia de los santos” (Col 1,11b-12).