AGRADECER AL PADRE CON ALEGRÍA

Cuando empezamos a dar gracias de corazón a nuestro Padre, nos adentramos cada vez más profundamente en la realidad de nuestra existencia. Vamos descubriendo más y más cuánto nos ha dado. Todo lo que a menudo damos por sentado, se nos convierte desde esta perspectiva en un motivo para agradecer incesante y alegremente al Padre, y nos permite crecer en la consciencia de su amor por nosotros.

En la Carta a los Colosenses, San Pablo exhorta a dar gracias con alegría: “Dad con alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de participar en la luminosa herencia de los santos” (Col 1,11b-12).

Si podemos agradecerle por habernos creado, ¡cuánto más por el hecho de que, al redimirnos, “nos liberó del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo querido” (v. 13)!

Si movemos en nuestro corazón estas palabras y dejamos que penetren profundamente en nosotros, suscitarán alegría. Esta alegría, a su vez, hará brotar la gratitud hacia el Padre.

Quizá una de las razones por las que a veces nos falta alegría es el hecho de que no interiorizamos lo suficiente aquello que el Padre hizo por nosotros al redimirnos. En realidad, nuestro corazón, en lo más profundo, debería ser capaz de permanecer en la alegría y de que cada día transcurra en agradecida felicidad, aun si tenemos que sobrellevar luchas y sufrimientos en nuestro camino.

No se trata de una alegría natural, sino espiritual. Una alegría meramente natural puede ofuscarse con mucha facilidad, porque está ligada a los sentimientos naturales, que fluctúan. La alegría espiritual y la gratitud se sitúan en otro nivel y generan “sentimientos espirituales”, como, por ejemplo, una paz interior. En ocasiones esta alegría puede extenderse a la dimensión natural, pero no necesariamente sucede así. Por ejemplo, cuando una persona ha aceptado su sufrimiento por causa del Señor, llega a una paz interior y puede incluso sentir alegría espiritual por poder ofrecerle algo al Señor.

Aquí se trata, entonces, de una gratitud gozosa por la obra de la Redención, por el hecho de que Dios nos ame tanto; es decir que es una alegría espiritual. Ésta puede y debe llegar a ser constante, porque descubrimos cada vez más las riquezas que Dios nos concede y hasta qué punto nos hace partícipes de su propio ser.

Así, el camino de la gratitud nos conduce a una creciente alegría y a un conocimiento más profundo de nuestro Padre.