Mc 2,23-28
Un sábado en que Jesús cruzaba por los sembrados, sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: “Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?” Él les respondió: “¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, cuando él y los que lo acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y cómo les dio también a los que estaban con él?” Y añadió: “El sábado ha sido instituido para el hombre, y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado.”
Hasta el día de hoy, el sábado -el “shabbat”- tiene una gran importancia para el pueblo judío. En Jerusalén se lo experimenta de forma particular: el viernes en la tarde resuena el “shofar”, el cuerno que anuncia el sábado, y, a partir de ese instante, cambia el ritmo de la ciudad. El tráfico disminuye notablemente; en las calles se ven familias numerosas, que van de camino hacia el Muro de los Lamentos o las sinagogas; empieza el descanso sabático para los judíos practicantes… Un día de fiesta, un día de familia, un día para agradecer, un día de descanso, el Día especial del Señor, que ha de distinguirse de los días de trabajo. ¡Cuánta sabiduría de Dios, al instituir algo que saca al hombre de su usual ajetreo y le recuerda que lo más importante no es el trabajo; sino vivir en amorosa comunión con el Señor!
En nuestra tradición cristiana, el domingo ha tomado el sitio del “sábado” judío. El “Día del Señor” –como lo llamamos—es también un cierto preludio del cielo, y realmente se deberían evitar en este día todos los quehaceres, para poder adentrarse en el descanso de Dios, que también es tan santo para los judíos creyentes.
Lamentablemente nosotros, los hombres, corremos el riesgo de interpretar con demasiado legalismo los sabios preceptos de Dios, y así no trascendemos a su verdadero sentido. Por eso los fariseos y escribas se escandalizan varias veces por las actuaciones de Jesús. Así como el Señor nos revela el sentido más profundo de los mandamientos, diciéndonos -por ejemplo- que el adulterio no sólo consiste en el acto concreto sino que empieza en el corazón (cf. Mt 5,28), así nos muestra también que el precepto del sábado no consiste, en primera instancia, en guardar ciertas normas, sino en la comprensión del sentido de este día santo.
El descanso sabático -que, en nuestro caso, lo aplicamos al domingo- ha de servirle al hombre, y es por eso que no es ilegítimo curar en sábado o socorrer otras necesidades.
Pero en este pasaje podemos notar claramente que el Señor de ningún modo pone en tela de duda al sábado como tal. En muchos países tenemos que lamentar la pérdida del descanso del domingo, que irrumpe profundamente en el orden espiritual que Dios ha dado a los hombres.
Tengamos presente el mandamiento que Dios dio a su pueblo:
“Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo Yahveh el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado.” (Ex 20,8-11)
En las apariciones de La Salette, Francia -aparición aprobada por la Iglesia-, la Virgen María se lamenta también sobre la no observancia del domingo,: “La gente no observa el Día del Señor, continúan trabajando sin parar los Domingos” –dice la Virgen, y pone esto como una de las cosas que desagradan mucho a Dios y hacen que la “mano de su Hijo” sea cada vez más pesada…
La santificación del domingo significa no realizar trabajos innecesarios, no tomarlo como si fuese un día más de la semana ni hacer nada que se oponga a la dignidad de este día, porque es el Día del Señor.
Si la Iglesia -y también la Virgen- nos recuerdan que el domingo ha sido particularmente santificado por Dios, no se trata simplemente de un mensaje más, sino de asegurar algo importante en el ritmo de vida de los hombres. ¡La observancia del descanso dominical es para el hombre!
El domingo nos recuerda también a la contemplación… No hemos de glorificar a Dios únicamente con nuestra vida activa; sino que está también la íntima relación de amor con Él, el reposar en su Corazón, dejando todo a un lado para estar con Él. El valor de un buen matrimonio tampoco se determina únicamente por lo que hagan juntos; sino que la relación se profundiza esencialmente en el intercambio directo de amor. ¡Lo mismo sucede en la relación con Dios! Ahora, esto podemos aplicarlo de alguna forma para el domingo. El descanso dominical, el dirigirnos explícitamente a Dios, la celebración de la Santa Eucaristía, el darse tiempo para los actos de amor al prójimo o para la propia alma en el recogimiento interior… Todo esto nos hace receptivos frente a Dios y corresponde al espíritu del precepto dominical.
Así se santifica el Día del Señor, y se honra a Dios. En cambio, si en el domingo continúo con las ocupaciones normales, si no lo respeto de forma especial, me estoy haciendo daño a mí mismo y estoy rechazando aquello que Dios quiere regalarme en el Día de Descanso, el Día en que Él reposó de todas sus obras. Estaría rechazando su ofrecimiento de amor y ofendiendo también aquellas indicaciones que Él me ha dado para mi propio bien. Aunque en el tiempo actual esté perdiéndose la sensibilidad frente a este día de descanso, nosotros, los cristianos, hemos de dar testimonio de que la Sabiduría de Dios rige este mundo, y en esta Sabiduría está incluida la observancia del Día del Señor.