Después de resucitar al amanecer del primer día de la semana, se apareció en primer lugar a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue a anunciarlo a los que habían estado con él, que se encontraban tristes y llorosos. Pero ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron.
Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar.” Le contestaron ellos: “También nosotros vamos contigo.”
Como el tullido curado no soltaba a Pedro y a Juan, toda la gente, presa de estupor, corrió hacia ellos al pórtico llamado de Salomón. Pedro, al percatarse de esto, se dirigió así a la gente: “Israelitas, ¿por qué os admiráis de lo sucedido, o por qué nos miráis fijamente, como si nosotros hubiéramos hecho andar a este hombre con nuestro poder o piedad? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando éste había decidido ponerlo en libertad.
En cierta ocasión, Pedro y Juan subieron al Templo para la oración de la hora de nona. Había allí un hombre tullido desde su nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban.
Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro y vio dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?” Ella les respondió: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto.”
Hermanos, quiero traeros a la memoria el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el que permanecéis firmes; y el que os salvará, si lo guardáis tal como os lo prediqué. Si no, ¡habríais creído en vano!
El día siguiente al sábado, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces echó a correr, llegó hasta donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.” Salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes al sepulcro.
Esto dice el Señor Yahvé: “Voy a recoger a los israelitas de entre las naciones a las que marcharon. Los reuniré de todas partes para conducirlos a su suelo. Haré de ellos una sola nación en esta tierra, en los montes de Israel, y los gobernará un solo rey. Ya no formarán dos naciones, ni volverán a estar divididos en dos reinos. No se contaminarán más con sus basuras, con sus ídolos y con todos sus crímenes. Los pondré a salvo de las infidelidades por las que pecaron y los purificaré, y serán mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David reinará sobre ellos; será el único pastor que tengan.
Oía los rumores de la gente: “¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo denunciaremos!” Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: “Tal vez se lo pueda seducir; prevaleceremos sobre él y nos tomaremos nuestra venganza”. Pero el Señor está conmigo como un guerrero temible: por eso mis perseguidores tropezarán y no podrán prevalecer; se avergonzarán de su fracaso, será una confusión eterna, inolvidable.
Cayó Abrán rostro en tierra, y Dios le habló así: “Por mi parte ésta es mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, pues te he constituido padre de muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti. Estableceré mi alianza entre nosotros dos, y también con tu descendencia, de generación en generación: una alianza eterna, de ser yo tu Dios y el de tu posteridad. Te daré a ti y a tu posteridad la tierra en la que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos.” Dijo Dios a Abrahán: “Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación.”