UN AMOR ACTIVO

“Si conocierais a este Padre (…), ¿acaso entonces este amor que me ofreceríais no se convertiría, bajo el impulso de mi gracia, en un amor activo?” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Al conocer más profundamente a nuestro Padre, se despierta en nosotros ese amor que habita en su Corazón paternal. Si lo amamos a Él, amaremos al mismo tiempo a los hombres y procuraremos su salvación.

Este amor brota de Dios mismo y se renueva una y otra vez en el encuentro con Él a través de su Palabra y los santos sacramentos, convirtiéndose en un amor activo. En este contexto, el Padre hace referencia al “impulso de su gracia”, para que este amor no se agote ni termine desgastando las fuerzas de nuestra alma; sino que, en todas las obras que realicemos, seamos fortalecidos y sostenidos por Él.

Aunque nosotros, como personas, podemos cansarnos, la gracia del Señor nos levanta siempre de nuevo para que podamos seguir poniendo en práctica el amor activo, sabiéndonos sostenidos por nuestro Padre.

En efecto, hay tanto trabajo que hacer en el Reino de Dios y necesitamos valentía para afrontar los desafíos que se nos presentan. Y precisamente entonces el amor divino nos preservará de caer en un malsano activismo. Nos recordará que debemos volver una y otra vez a las fuentes en las que el amor de Dios nos fortalece y hace capaces de realizar las obras en el Espíritu del Señor.

Pensemos en nuestro Salvador… El evangelio relata que Jesús se levantaba temprano por la mañana y se retiraba a solas a un monte para orar (Mc 1,35), y luego mostraba su amor a los hombres también a través de las obras activas.

Aquí se nos señala el camino a tomar para que las obras de misericordia produzcan abundante fruto. Unidas al amor de Dios, darán gloria a nuestro Padre, servirán a los hombres y atesorarán tesoros para nosotros en el cielo (cf. Mt 6,20).