“TÚ ME CONOCES”

“Tú me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos” (Sal 138,2).

¡Qué inconmensurable gracia es la de vivir con la certeza de que todo lo que hacemos sucede bajo la amorosa mirada de nuestro Padre Celestial!

San Benito instaba a sus monjes a cobrar consciencia de la constante presencia de Dios, y Santa Teresa de Ávila exhortaba a sus hermanas a tener en mente a quién se dirigían cuando rezaban el Breviario.

El vivir constantemente en la presencia de nuestro Padre y tomar conciencia de ello una y otra vez, le confiere a nuestra existencia terrenal un cierto anticipo del misterio más profundo de nuestra vida: contemplar a Dios sin velos en la eternidad y gozar de Él para siempre.

¡Qué alegría que seamos tan importantes para nuestro Padre Celestial y que en todo momento contemos con su diligente cuidado! ¡Qué consuelo puede ser esta certeza en tiempos de soledad o cuando notamos que las otras personas no nos entienden bien! ¡Cuánto nos reconforta y, a la vez, nos despierta el saber que Dios conoce los pensamientos de nuestro corazón y penetra en aquellas profundidades que ni siquiera nosotros mismos somos capaces de captar! Podemos, por tanto, abandonarnos en Él sin reservas.

Al mismo tiempo, la conciencia de que la amorosa mirada de nuestro Padre reposa todo el tiempo sobre nosotros, nos enseña a velar atentamente sobre nuestros pensamientos, palabras y obras, para que no se desvíen y lleguen a desagradarle. Esto, a su vez, puede dar un gran impulso a nuestro camino espiritual, porque el avance en él depende del crecimiento en el amor. ¿Y quién no se esforzaría por dar a su Padre Celestial la respuesta que Él merece?