“TE COMPADECES DE TODOS”

“Te compadeces de todos porque todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan” (Sab 11,23).

La compasión de nuestro Padre va de la mano con su amorosa Omnipotencia. Si no fuera así, cuántas veces los hombres se habrían autodestruido, habrían tenido que beber ellos mismos el amargo cáliz de sus pecados y soportar sin mitigación las consecuencias de sus culpas. Pero nuestro Padre ama compadecerse de los hombres.

“Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho” (Sab 11,24).
Puesto que eres así, miras al hombre con dulzura y longanimidad:

“Con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida” (Sab 11,26).

Esta es nuestra esperanza, amado Padre. No podemos poner nuestra confianza en nuestras obras ni en nosotros mismos. ¡Pero sí que podemos fiarnos de ti y de tu amor! Y cuando corremos el peligro de desanimarnos a causa de nuestros pecados y debilidades, Tú nos vuelves a levantar.

¡Es inconcebible hasta dónde llega tu amor! Si no fueras así, entonces no serías Tú; sino una imagen que nosotros mismos nos hacemos, un producto de nuestra imaginación, de nuestros deseos o de nuestros temores. Pero Tú eres el que eres (cf. Ex 3,14), y por medio de tu Espíritu nos lo haces entender.

El don de la sabiduría nos permite “gustar” de ti, saborear tu amor tan precioso. Al mismo tiempo, nos invita a asemejarnos a ti, tal como tu amado Hijo nos exhortó a hacerlo (cf. Mt 5,48). Entonces, amado Padre, llegaríamos a ser totalmente distintos, tal como Tú quisiste que fuéramos desde el principio. ¿Podemos pedirte que nos hagas semejantes a ti, aun si muchas veces estamos aún tan lejos de ti?

Puesto que Tú lo quieres, nos atrevemos a pedírtelo: Haz que seamos para ti causa de alegría; no dejes de modelarnos a tu imagen y semejanza; despiértanos de tal forma que Tú seas glorificado a través de nuestra vida. ¡Por favor!