RECOMPENSA DIVINA

“Servimos a un rey grande y excelso, que paga a sus siervos no con recompensa regia o imperial, sino divina” (San Arnoldo Janssen).

Los reyes y emperadores sólo pueden pagar nuestros servicios con recompensas mundanas, con cosas de las que ellos pueden disponer, pero que son pasajeras. Lo que pueden ofrecernos es sólo una participación en su poder terrenal o en su honor. Dios, en cambio, paga cada uno de nuestros servicios con recompensa divina, haciéndonos partícipes de su inmortalidad, de su ser imperecedero.

Para nuestro Padre es una alegría colmarnos de bienes, y podríamos decir que está casi afanado en ofrecernos incontables oportunidades de ganarnos recompensas divinas. Cada mínimo acto, cada negación de sí mismo por causa suya, cada palabra pronunciada para su gloria queda grabada para siempre en su memoria.

Fijémonos en cuántas oportunidades nos ofrece cada día de atesorar tesoros para el Reino de los cielos (Mt 6,20). Si las aprovecháramos todas, seríamos verdaderamente ricos y podríamos esperar con alegría lo que el Señor nos tiene preparado en la eternidad. A esta actitud nos invita San Pablo cuando afirma:

“He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que han deseado con amor su venida” (2Tim 4,7-8).

No obstante, aún no podemos imaginárnoslo bien. Pero si ya aquí, en nuestra vida terrena, experimentamos constantemente la bondad solícita de nuestro Padre, percibimos su tierno amor y sentimos la paz interior que Él nos concede, podemos hacernos una idea de lo que aún está por venir.

Todo esto será superado con creces por lo que experimentaremos en la eternidad, cuando contemplemos a Dios cara a cara. Allí, viviendo en la luz de Dios, podremos recibir su recompensa de una manera totalmente distinta. Con gozo inimaginable alabaremos y daremos gracias a nuestro Padre sin cesar, por pagar nuestros actos tan pequeños con una recompensa que sólo Él puede dar.