“MI AMOR ES MÁS GRANDE QUE TUS CULPAS”

“Mi amor es infinitamente más grande que tus culpas” (Palabra interior).

Nuestro Padre se vale incluso de la oscuridad del pecado para hacer brillar su luz. Ciertamente la oscuridad en el alma y en el mundo puede tener diversas causas; pero no pocas veces es resultado del pecado y sus consecuencias. Sin embargo, Dios puede manifestar su misericordia en esta oscuridad, si se la abre a Él.

A nivel personal, podemos entenderlo fácilmente: al “tocar fondo” y experimentar los abismos del pecado, puede suceder que nos volvamos a Dios y que despierte en nosotros una profunda gratitud por su bondad.

Fijémonos, por ejemplo, en San Pablo: después de su conversión, trabajó más que todos los apóstoles, como él mismo afirma (1Cor 15,10). Ciertamente nunca olvidó que en otros tiempos, al perseguir a los cristianos, él mismo había perseguido a este Jesús a quien ahora anunciaba con autoridad. Este recuerdo habrá sido un impulso para su incansable ministerio apostólico.

Las tinieblas de su ceguera se habían disipado y, por la gracia de Dios, fueron reemplazadas por una luz resplandeciente para anunciar el Evangelio. Así, el implacable perseguidor se convirtió en el gran Apóstol de los Gentiles, cuando nuestro Padre hizo caer las escamas de sus ojos (Hch 9,18).

¡El amor de Dios fue más grande que sus culpas! Este amor lo sacó de la oscuridad y lo introdujo en la luz.

Nuestro Padre no deja a los hombres a merced de su propio destino, aunque ellos mismos sean culpables de la oscuridad en la que viven. Precisamente en estos tiempos difíciles, Él los llama a la conversión y les da a entender que su amor es más grande que sus culpas. De esta manera, el Señor se vale incluso de la oscuridad de estos tiempos para dirigirse aún más insistentemente al mundo y a la Iglesia, para liberarlos de sus errores y hacerlos partícipes de su amor.