LA PEQUEÑA FLOR

“Tu vida y tu misión son valiosas para mí” (Palabra interior).

Cada vida humana ha sido creada por Dios, y Él le ha encomendado una tarea que cumplir. En efecto, cada vida ha de anunciar a Aquél de cuyas manos salió e insertarse en el plan de salvación de su amor.

Si nosotros, los hombres, podemos deleitarnos tanto al contemplar la belleza de la Creación, por ejemplo, una pequeña flor –que es una entre tantas–, entonces esta flor ha cumplido una maravillosa misión. Ha causado alegría a los hijos de Dios y su existencia se nos convirtió en algo valioso. Reconocemos que fue el Señor, en su amor desbordante, quien quiso deleitarnos con esta pequeña flor, y le alabamos por ella, porque a través suyo nos muestra su amor.

Y si nosotros nos deleitamos en la Creación, ¡cuánto más se complacerá el Padre al contemplar al hombre como obra maestra de su Creación! Habiendo sido creados a su imagen y semejanza (cf. Gen 1,27), nosotros reflejamos su Presencia en este mundo mucho más aún que aquella encantadora florecilla. “Vio Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno” (Gen 1,31).

 ¿Acaso es de extrañar que nuestra vida sea valiosa a los ojos de Dios? ¿No fue Él mismo quien preparó todo para que esta vida floreciera? ¿No entregó su propia vida en la Persona de su Hijo, para que tuviéramos verdadera vida y no pereciéramos? ¿No  nos ha mostrado de innumerables maneras cuán valiosos somos para Él?

Si la florecilla puede alegrar a un hijo de Dios, ¡cuánto más nuestra vida puede deleitar a nuestro Padre! ¡Cuánto puede servir para mover también a otras personas a glorificar a Dios, acrecentando así su alabanza! Nuestro Padre hace y seguirá haciendo todo para hacernos capaces de cumplir la misión que nos ha encomendado en esta vida.

Nuestra pequeña flor no está consciente de que cumplió su tarea. Nosotros, en cambio, esperamos que Dios, en su bondad, nos conceda que un día, cuando seamos llamados a dejar este mundo, podamos decir con San Pablo: “He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe” (2Tim 4,7).