LA ALEGRÍA DEL PADRE AL ESTAR ENTRE NOSOTROS 

“Mi alegría al estar entre vosotros no es menor a la que experimentaba cuando estaba junto a mi Hijo Jesús durante su vida terrenal” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Nuestro Padre no se cansa de expresarnos de mil maneras su amor, hasta que finalmente creamos en él y correspondamos a su amor.

¿Podría acaso hacernos una declaración de amor más hermosa que la de decirnos que su alegría al estar con nosotros es igual a la que experimentaba cuando estaba junto a su amadísimo Hijo?

¿Por qué será que a veces no nos resulta fácil tener la certeza de este amor y renovar constantemente nuestras fuerzas en él?

Si lo vemos desde el inicio, podría ser una de las consecuencias de la caída en el pecado original, cuando el hombre perdió esa relación familiar y confiada con su Padre. También surgió en él una imagen falsa de Dios, conforme a lo que el ángel caído pretendió transmitirle en su tentación: Dios quiere privarnos de algo que es bueno y deseable (cf. Gen 3,1-5). Sin embargo, esto es una inversión completa de la realidad.

Probablemente también hemos vivido experiencias difíciles en un mundo oscurecido por el pecado, que dificultan el acceso a un Padre amoroso. Algunas heridas pueden haber calado muy profundamente en nuestra vida… Pero todo esto puede ser sanado si nos sumergimos en la Palabra de Dios. En efecto, toda la Escritura nos da testimonio del amor de Dios por nosotros, que se manifestó especialmente en la Venida de su Hijo al mundo y en todo lo que Él hizo por nosotros. ¡El Hijo nos revela el amor del Padre!

Sabemos que Jesús siempre hizo la Voluntad del Padre (cf. Jn 6,38). La afirmación que hoy escuchamos del Mensaje del Padre, de que su alegría al estar entre nosotros no es menor a la que experimentaba acompañando a su Hijo Jesús, nos proporciona una profunda paz y seguridad. Al mismo tiempo, puede convertirse en un incentivo para esforzarnos cada día más por mostrarnos dignos del amor de Dios imitando a su amadísimo Hijo.

Así, la alegría de Dios por nosotros se convierte en una constante fuente de gracia que podemos transmitir a otros.