“ISRAEL NO QUISO OBEDECER”

“Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos”
(Sal 80,12-13).

Estos versos del salmo describen la consecuencia de no escuchar la voz de nuestro Padre. Dios nos hace ver que con nuestra voluntad nos negamos a obedecerle: “Israel no QUISO obedecer”.

Siendo criaturas racionales, somos capaces de volvernos a Dios con nuestra libertad, empleándola así de forma adecuada. Si no lo hacemos y no nos alineamos con la verdad, estamos abusando de nuestra capacidad de amar. A nivel objetivo, esto es un rechazo de Dios, aun si no estamos conscientes de ello. “Israel no quiso obedecer”.

Entonces nuestro Padre entregó a Israel a su corazón obstinado. Su Pueblo ya no estaba dispuesto a escuchar su voz y se cerró hasta el punto de obstinarse. Si esto sucede, existe el peligro de que, por más que Dios lo intente todo para devolver al hombre al camino recto, ya no pueda tocarlo. Incluso puede suceder que éste lo interprete todo en otro sentido y llegue a ver a Dios como si fuese el enemigo de sus propios antojos.

En tales circunstancias, nuestro Padre deja que el hombre emprenda sus propios caminos, porque no puede obligarle a obedecer. Le deja la oportunidad de aprender de la experiencia, cuando se dé cuenta de que sus propios planes y antojos no le traen felicidad ni paz. Pero no le exime del sufrimiento que le sobrevendrá por “andar según sus propios antojos”. Sin embargo, queda por ver si la persona aprenderá de su mala experiencia. Si su corazón está obstinado, le resultará difícil reconocer su error, aun en medio de una dura lección.

Pero Dios no descansará y seguirá buscando al hombre, así como hizo con Israel. Él no le da la espalda, aunque, en vista de la libertad, permite que haga sus experiencias. Pero su bondad paternal busca todos los caminos posibles para llegar a él. Entre otras cosas, pide a aquellos que sí escuchan su voz que oren por los que se cierran a Él.