INFLAMADOS POR EL AMOR

“Si los santos del cielo pudieran volver una vez más a la Tierra, se empeñarían incansablemente, inflamados por el amor, en difundir la fe por todo el mundo, con la intención de dar a conocer al mundo entero el infinito amor de Dios por las almas. Porque los santos saben mucho mejor que cualquier habitante de la Tierra cuánto merecen ser conocidos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ellos quedan extasiados al ver con cuánta gloria se recompensa en el cielo aun el más mínimo acto que se haya realizado por difundir la fe” (San Vicente Pallotti).

¡Que al escuchar estas gloriosas palabras de San Vicente, el Padre inflame nuestros corazones con el fuego de los santos! ¡Escuchemos atentamente lo que se nos dice aquí! En efecto, estas palabras pueden despertarnos de toda inercia e indiferencia, para que anunciemos de todas las maneras posibles el amor del Padre Celestial a los hombres. ¿Podría haber algo más importante para nosotros?

Preguntemos a aquellos hermanos nuestros en la fe, que viven ya en la visión beatífica de Dios, qué es lo que nosotros podemos hacer para que los hombres conozcan el amor del Padre. ¡Ellos nos responderán!

De hecho, San Vicente Pallotti ya nos ha dado una gran respuesta, dándonos a entender que cada mínimo acto cuenta: cada oración, cada testimonio, cada obra de caridad, cada paso en el camino de la santidad, cada pequeño sacrificio…

Ya en el tiempo de su vida terrena, San Vicente Pallotti era una antorcha encendida. Sobrecogido por el amor de Dios, quería invitar a todos a aliarse para la gran obra de la misión universal. Por tanto, él forma parte de aquel “séquito del Cordero” (Ap 14,1-5), al que podemos acudir para que inflame en nosotros el celo por el anuncio de la santa fe. ¿Podría haber algo más importante para el Padre Celestial?

De seguro esto es exactamente lo que Dios quiere de nosotros: que cada cual asuma el sitio que le ha sido asignado por el Señor y coopere de la manera en que Dios quiere hacerlo a través suyo. Hemos de pedirle a nuestro Padre que nos muestre cuál es nuestra tarea específica y que encienda en nosotros el fuego de su amor del que habló en el Mensaje a la Madre Eugenia:

“Yo mismo vengo a traer el fuego ardiente de la Ley del amor, para así derretir y destruir la enorme capa de hielo que envuelve a la humanidad.”

¡No hay tiempo que perder! Precisamente cuando el mundo se oscurece cada vez más, el Señor quiere encontrar a los suyos en vela y trabajando en su viña. Ya sea que llegue a tal o cual hora, que nos encuentre despiertos (cf. Lc 12,37-40).